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Es uno de los 25 piriceros, canoeros y pescadores de Areguá, que hace un año conformaron una asociación para reclamar más apoyo a las autoridades y proteger la mayor riqueza que tienen para vivir: los pirizales del lago Ypacaraí.
SUS RECLAMOS
Los afectados consideran urgente este reconocimiento legal para que tengan mayor fuerza organizativa de tal forma a salvaguardar los pirizales y profesionalizar su actividad.
La incursión de ganado, sobre todo vacas, y la presencia de cazadores furtivos que incendian los humedales en busca de aperea (cuis), son los peligros más graves.
El pirí es una planta que se desarrolla completamente en un año, por lo que su destrucción produce graves daños al ecosistema y a la economía de subsistencia de los aregüeños que viven de esta tarea.
RESERVA ECOLÓGICA
El predio tiene una hectárea y es utilizado como secadero. Este sitio actualmente es objeto de actos vandálicos que ponen en peligro la conservación del lugar. Por la noche vienen vehículos tipo 4 x 4 de Luque y empiezan a hacer trompos sobre nuestros pirí que ponemos para que se sequen al sol. Esta situación nos golpea y duele muchísimo más aun porque nos costó obtener este predio, se queja Velaztiquí.
OFICIO HEREDADO
Otro socio, Ramón Cáceres (55), asegura haber aprendido el trabajo cuando tenía 12 años, un día en que fue a la ciénaga con sus padres. Es un trabajo peligroso y sacrificado, pues el corte se realiza con guadañas, incluso debajo del agua y en camalotales donde abundan rayas y serpientes. Yo no quiero que mis hijos pasen el mismo sacrificio que yo para sobrevivir. Por eso, quiero que aprendan otras profesiones y no les permito que se dediquen a esto, afirma.
Solo nos sirve para la alimentación diaria. En verano tenemos mucha venta, pero en invierno apenas sobrevivimos. Una de mis hijas es analfabeta y otra es madre soltera y vive de las changas, añade un tanto apenado.
TRADICIÓN DE 200 AÑOS
Bernardo Velaztiquí, hermano del presidente de la asociación, es un tanto más optimista y relata que sus hijos pudieron educarse gracias a esta actividad.
En su momento nosotros pudimos crecer, siendo siete hermanos, porque heredamos las técnicas de nuestros abuelos. Mi mamá aprendió de sus padres y ella hasta los 82 años seguía trabajando con el pirí, recuerda.
Y aunque unos lo vean con una visión favorable y otros con pesimismo, los piriceros mantienen una tradición que se ha transmitido de generación en generación a orillas del lago Ypacaraí. Ellos hablan de 200 años, pero podrían ser más. Con el apoyo de las autoridades municipales y departamentales puede mejorar la situación y por ende la calidad de vida de este sacrificado sector de la población aregüeña.