La sacrificada vida de los piriceros

En los humedales del lago Ypacaraí se mantiene una tradición cuyos orígenes se pierden en el tiempo y que representa el sustento de numerosas familias: la fabricación del pirí. Quienes sobreviven de esta tarea artesanal hoy luchan por proteger su materia prima y su principal fuente de trabajo.

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“El pirí nos ha ayudado a educar y a criar a nuestros hijos. Ellos aprendieron las técnicas, pero no pueden seguir en este rubro porque hoy día se gana muy poco. Pero esta planta sigue siendo nuestro futuro y nuestro sustento”, dice Nicolás Velaztiquí, de 57 años.

Es uno de los 25 piriceros, canoeros y pescadores de Areguá, que hace un año conformaron una asociación para reclamar más apoyo a las autoridades y proteger la mayor riqueza que tienen para vivir: los pirizales del lago Ypacaraí.

SUS RECLAMOS

Varios son los reclamos que tiene esta novel Asociación de Piriceros, Canoeros y Pescadores (APCAPA). En primer lugar, piden el reconocimiento de su personería jurídica y para ello ya han recurrido hasta a la Defensoría del Pueblo donde tienen el expediente 439/07, del que no tienen noticias.


Los afectados consideran urgente este reconocimiento legal para que tengan mayor fuerza organizativa de tal forma a salvaguardar los pirizales y profesionalizar su actividad.

La incursión de ganado, sobre todo vacas, y la presencia de cazadores furtivos que incendian los humedales en busca de apere’a (cuis), son los peligros más graves.

El pirí es una planta que se desarrolla completamente en un año, por lo que su destrucción produce graves daños al ecosistema y a la economía de subsistencia de los aregüeños que viven de esta tarea.

RESERVA ECOLÓGICA

Otra gran preocupación de los agremiados es la preservación del sector denominado Villa Colibrí, que fue declarado como “reserva ecológica municipal” por Ordenanza 20/06 de la Municipalidad de Areguá y es el lugar donde centran su tarea.

El predio tiene una hectárea y es utilizado como secadero. Este sitio actualmente es objeto de actos vandálicos que ponen en peligro la conservación del lugar. “Por la noche vienen vehículos tipo 4 x 4 de Luque y empiezan a hacer trompos sobre nuestros pirí que ponemos para que se sequen al sol. Esta situación nos golpea y duele muchísimo más aun porque nos costó obtener este predio”, se queja Velaztiquí.

OFICIO HEREDADO

Otro socio, Ramón Cáceres (55), asegura haber aprendido el trabajo cuando tenía 12 años, un día en que fue a la ciénaga con sus padres. Es un trabajo peligroso y sacrificado, pues el corte se realiza con guadañas, incluso debajo del agua y en camalotales donde abundan rayas y serpientes. “Yo no quiero que mis hijos pasen el mismo sacrificio que yo para sobrevivir. Por eso, quiero que aprendan otras profesiones y no les permito que se dediquen a esto”, afirma.

“Solo nos sirve para la alimentación diaria. En verano tenemos mucha venta, pero en invierno apenas sobrevivimos. Una de mis hijas es analfabeta y otra es madre soltera y vive de las changas”, añade un tanto apenado.

TRADICIÓN DE 200 AÑOS

Bernardo Velaztiquí, hermano del presidente de la asociación, es un tanto más optimista y relata que sus hijos pudieron educarse gracias a esta actividad.

“En su momento nosotros pudimos crecer, siendo siete hermanos, porque heredamos las técnicas de nuestros abuelos. Mi mamá aprendió de sus padres y ella hasta los 82 años seguía trabajando con el pirí”, recuerda.

Y aunque unos lo vean con una visión favorable y otros con pesimismo, los piriceros mantienen una tradición que se ha transmitido de generación en generación a orillas del lago Ypacaraí. Ellos hablan de 200 años, pero podrían ser más. Con el apoyo de las autoridades municipales y departamentales puede mejorar la situación y por ende la calidad de vida de este sacrificado sector de la población aregüeña.

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