La curiosa historia del rapiñado monumento de Lomas Valentinas

Antonio Herbert (84), un villetano de cuna, fue testigo de la construcción del hoy rapiñado monumento de Lomas Valentinas, en Itá Ybaté. En su casa de Villeta abordó con ABC Color sus recuerdos del memorial, a cuya inauguración asistió en 1944, cuando tenía 21 años de edad. Su madre formó parte activa de la comisión constructora y cocinó para el presidente Higinio Morínigo, quien asistió al acto con toda la entonces plana mayor del ejército.

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Estudioso de la historia paraguaya, sobre todo de la relacionada con la Guerra contra la Triple Alianza, Herbert relata sus vivencias en torno al monumento de Lomas Valentinas, un patrimonio histórico hoy rapiñado y abandonado a su suerte.

Antes de iniciar la charla comienza aclarando que el nombre de “Lomas Valentinas” es inapropiado porque nunca existió en nuestra geografía. Al parecer la frase fue acuñada por el Marqués de Caxias, comandante del ejército brasileño en Itá Ybaté, en homenaje a su esposa, según unos, y en homenaje a la valentía de nuestros soldados, según otros. Pero Herbert prefiere evitar especulaciones sobre este punto, “que no está en los libros”, dice.

“Los verdaderos patriotas debemos decir Lomas de Itá Ybaté, porque el Mariscal en sus proclamas nunca dijo Lomas Valentinas. Siempre decía Campamento de Pikysyry o bien de Itá Ybaté. Esta es una afirmación que se basa en el libro del Cnel. Jorge Thompson, Historia de la Guerra del 70, en el que siempre decía Lomas de Cumbarity”, aclara.

Cuando estaba en la escuela primaria, Herbert recuerda que el Atlas del Paraguay hablaba de 12 departamentos entre los cuales Villeta constituía el undécimo departamento. “En ese mapa nítidamente aparecían las Lomas de Cumbarity que abarcaban desde Naranjaisy hasta Itá Ybaté. Por eso, para mí el nombre de Lomas Valentinas es nuevo, como bien lo dice Efraím Cardozo en el décimo, undécimo y duodécimo libros de la colección Hace 100 años”.

LA CONSTRUCCIÓN

En plena campaña pro monumento, un 27 de diciembre de 1941, se colocó la piedra fundamental del obelisco que se inauguraría tres años después. La comisión estaba encabezada entonces por el mayor Lorenzo Medina, gerente de la firma multinacional acopiadora de algodón Anderson Clayton y héroe de la Guerra del Chaco, que estuvo en el R.I. 16 “Mariscal López” en Yrendague. “Fue un gran entusiasta y encabezó la comisión como presidente, además aportó mucho dinero. Las piedras para la obra fueron un aporte de los vecinos, que en carreta llegaban durante la campaña”, recuerda Herbert.

El proyectista fue el Ing. Henry Zimnavoda, un francés que había venido a nuestro país en 1916 para construir el frigorífico San Antonio. Aquí se enamoró de una joven paraguaya de Naranjaisy y se quedó en el país. Zimnavoda hizo los dibujos y la construcción estuvo a cargo de Emilio Benítez, constructor de obras.

De Emilio Benítez memora Herbert que era un villetano de ley, nacido de villetanos y sabía mucho de su historia. Cuando se estaba cavando los cimientos de lo que iba a ser el monumento encontraron una fosa llena de huesos, hecho que el mismo Benítez comunicó al presidente de la comisión (mayor Medina) y este le respondió: “¿Y qué mejor lugar que ese, que les pertenece?”. Entonces se irguió la construcción sobre los huesos carcomidos por el tiempo, sin más discusiones.

Las enormes dimensiones del monumento obedecen a la gran cantidad de materiales, casi gratuita. El cemento fue aporte de la Anderson Clayton y los norteamericanos también contribuyeron gracias a los contactos del Mayor Medina. “La obra alcanzó 600.000 pesos, de los cuales solo 50.000 puso el Estado. El resto ya fue contribución de los villetanos y de las zonas aledañas, incluyendo la Colonia Nueva Italia”.

El terreno donde se erigió la obra pertenecía a un uruguayo, de ahí que el lugar era conocido entonces como “Martínez Cue”. “Recuerdo que bajo el alero de la casa que sirvió al Mariscal de Cuartel yo dormí en el año 44. Lastimosamente, no se preservó porque hasta esa época había mucha desidia y el patriotismo resurgió en adelante”.

LA INAUGURACIÓN

El 21 de diciembre de 1944 el presidente Higinio Morínigo, con toda la plana mayor del ejército y sus ministros, asistió a la inauguración del monumento. “Llegaron de mañana muy temprano, pero la fiesta ya comenzó en la víspera. Los villetanos ya estábamos allí desde la siesta anterior porque había puesto de venta de comidas y era una verdadera romería. La gente comía asado, chicharrón, mbeju, chipá y luego pasó la noche allí”.

LA COCINERA DEL PRESIDENTE

La madre de Antonio Herbert, que entonces tenía 21 años, era doña María Beatriz Mariño, quien fue elegida para ser la cocinera del presidente Higinio Morínigo en el lugar. “Debía ser un equipo muy selecto el encargado de la comida, por razones de seguridad. Pero tal era la seguridad que yo me robé una botella de whisky para su director de prensa y propaganda, Manuel Wenceslao Chávez, a quien decían Chaveto (hijo de Concepción Leyes de Chávez). Me persiguió tanto para que le consiguiera a escondidas la botella”, dijo.

María Beatriz nació en 1868 a la sombra de la devastación y era descendiente de los correntinos que poblaron el Paraguay desde Misiones hasta Quiindy en la posguerra. “Los parajes estaban desiertos, eran campos abiertos. Entonces la gente vino de Corrientes para repoblar. Tomaban las tierras a su gusto y se instalaban. En Caapucú, donde nació mi madre, de cada diez apellidos, nueve son correntinos”, refiere.

¿Cómo obtuvo la confianza para cocinar al presidente Morínigo? Pues era docente de la Escuela República de Colombia, que ese mismo año de 1944 pasó a llamarse Colegio Carlos A. López, fue presidenta de la Cruz Roja de Villeta durante la guerra del Chaco e integraba la comisión de construcción del monumento. Además, estaba casada con el comisario de Villeta, Pablo Herbert.

LAS PLACAS Y EL MARISCAL

El día de la inauguración del monumento se colocaron 46 placas de bronce que llegaron de distintos puntos del país entre la noche anterior y la mañana del acto. Los trabajos seguían ante la gran multitud. “Había entre mil y dos mil personas. Toda la plazoleta se llenó”.

En principio todas las placas fueron de bronce y los de mármol, los únicos no robados hasta hoy junto a otras dos placas grandes de bronce, fueron colocados después, cuando ya habían desaparecido algunas.

La primera efigie del Mariscal era de cuerpo completo y fabricada en yeso. Según Herbert, habría hecho un artista popular de la época, dedicado a los bustos de los héroes. Se llamaba Pastor Pereira y fue quien lo restauró cuando ya deteriorado lo trajeron a Villeta y quedó en la plaza de la ciudad.

Fue en ese ínterin, en los años sesenta cuando se lo reemplazó por el busto de bronce que hoy ya estará fundido y como materia prima de otros objetos con el que los inescrupulosos borran nuestra memoria colectiva.
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