La creíble historia de Damiana

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Después de 114 años, los restos de una joven aché fueron restituidos a su comunidad en Caazapá. El acto de justicia fue de lo más emotivo, aunque en nuestro país casi nadie se enteró. Esta es la historia de una niña aché- guayaquí llevada por colonos blancos a Buenos Aires para ser sirvienta y, antes y después de su muerte, conejillo de indias.   

Tras rigurosos estudios hechos en Argentina por la antropóloga Patricia Arenas, Fernando Pepe, coordinador del Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (Guias) y otros científicos, se logró rearmar la breve vida de Damiana, cuyo esqueleto –sin el cráneo– fue encontrado en el año 2006, entre los 10.000 restos óseos que conserva el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. La niña aché fue raptada de su comunidad chaqueña (Paraguay) en el año 1896. Según revelan las fuentes del Museo, la terrible historia se inicia cuando un colono de Samoa, Chaco paraguayo, encontró su caballo muerto e inmediatamente atribuyó el acto a los aché. El colono enardecido, la noche siguiente, secundado por un pequeño ejército de paraguayos blancos tomó por asalto a los nativos. Tras una cruenta matanza, en el claro de la selva quedaron 3 cadáveres, dos hombres y una mujer con las tripas salientes, a su lado una criatura de 2 años lloraba desconsoladamente. Los blancos tomaron a esta niña y la bautizaron "Damiana", en honor al santo patrono de aquél fatídico día. La niña fue llevada a la colonia para ser educada por los asesinos de sus padres. Desde un primer momento, Damiana fue víctima de estudios, era una época en que los criterios raciales servían para justificar la expansión colonial. El antropólogo Herman Ten Kate (quién también recogió los huesos de la mamá de Damiana para estudiarlos) anotó las medidas de la niña y perpetuó su imagen en una fotografía. Alguien anotó en un cuaderno de campo que la bebé no cesaba de repetir las extrañas palabras "caïbú" , "aputiné" y "apallú", voces con las que llamaba incansablemente a sus padres.   

Rumbo a la civilización

En 1898 la niña fue trasladada desde Villa Encarnación a la localidad bonaerense de San Vicente, ahí sería entrenada para servir en la casa de la madre del filósofo y psiquiatra Alejandro Korn, sita a pasos del Museo de Antropología de La Plata (fundado por Perito Moreno, gran "recaudador" de huesos indígenas). Este lugar estaba lleno de antropólogos alemanes, siendo uno de los más conocidos Robert Lehmann-Nitsche, apodado "el erotólogo" por su afición a historias picarescas de los mitos y el folklore regional. Lehmann-Nitsche sometió durante años a Damiana a estudios antropométricos para compararlos con los de una niña de raza aria de la misma edad. Quedando a merced de la familia Korn, Damiana aprende con soltura los idiomas alemán y castellano. Este aprendizaje fue calificado por los estudiosos como "asombrosa inteligencia natural", algo extraño en las razas indígenas, consideradas en aquel tiempo por la cultura blanca como sub-humanas. Por lo demás, Lehmann escribió en su diario que no existía nada más que destacar del "objeto" de estudio.   

El amor y la muerte

Cuando Damiana llegó a la adolescencia –último período de su vida–, la rebeldía y desarrollo de sus formas corporales le trajeron un desafío: el amor. La jovencita escapaba de la casa por 2 ó 3 días para encontrarse con su enamorado o lo recibía en su habitación. Espantados, los Korn ataron un mastín a su puerta, pero Damiana no dudó en defender sus sentimientos y su libertad y envenenó al perro. Estos comportamientos contribuyeron a que en impecable informe Lehmann anotara: "Consideraba los actos sexuales como la cosa más natural del mundo y se entregaba a satisfacer sus deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo". Los intentos por educar a Damiana dentro de las reglas morales y cristianas de la época no resultaron, por ello fue declarada insana mental. Alejandro Korn la internó en el hospital Melchor Romero (que él regenteaba) pero al no poder contener a la joven, la acusó de delincuente y la trasladó a una casa de corrección de Buenos Aires. Dos meses y medio después la adolescente murió de una tisis galopante. ¿Nadie, ni el antropólogo ni el psiquiatra se habían percatado de que estaba enferma? Los informes que Ten Kate había enviado –10 años antes– sobre la pequeña ya describían un aspecto enfermizo. Sin embargo, lo único que en Buenos Aires describieron fue que era "reservada, esquiva y desconfiada, al mismo tiempo que desmesurada, alegre, encendida". Ninguna contradicción, simplemente los científicos no encontraban parámetros culturales para descifrar sus vivencias y padecimientos. La cultura blanca que la recibió no guardaba ningún respeto por la cultura indígena. Apenas 15 años, lejos de su origen y de su familia, Damiana murió de tisis, seguramente también huyendo del desprecio y el desamor.   

Ni muerta dejaron de humillarla

Después de morir su cuerpo fue decapitado. La cabeza fue enviada a Berlín, donde la recibió el famoso antropólogo físico Hans Virchowl. Luego de someterla a estudios de musculatura facial, antropometría, disección cerebral, etc. se presentó ante el plenario de la Sociedad Antropológica de Berlín y la cabeza de Damiana salió en sucesivas publicaciones. Pero la soberbia científica aún no terminaba, sabios capaces de descifrar el lenguaje de los cráneos tenían curiosidad por más estudios y búsqueda de indicios de una subespecie humana: el cerebro fue extraído y analizado. Al tiempo el cráneo de Damiana pasó a ser sencillamente anotado como "cráneo de una india guayakí de frente y de perfil".   

Volver a casa

Más de 100 años después, el 11 de junio de 2010, previo paso por Asunción –donde hubo un homenaje en el Museo de las Memorias– una comitiva de la ONG Linaje, la Federación Nativa Aché del Paraguay (FENAP), directivos y antropólogos argentinos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata llevaron los restos mortales de Damiana hasta la comunidad aché de Ypetimi (Dto. de Caazapá). Ancianos, jóvenes y miembros de otros asentamientos vecinos concurrieron a rendir un homenaje ya no a Damiana sino a la niña Kryygimaî. Tras conmovedores gritos y llantos del ritual ancestral, la raptada, manoseada, humillada y muerta, fue recibida para ser velada toda esa noche. Al día siguiente, lejos de las cámaras y las miradas de los extraños, su pueblo le dio sepultura en un lugar secreto dentro del bosque, para que al fin descanse en paz.   

Reparación histórica   

La ONG Linaje, en cooperación con la comunidad aché, obtuvo este año los restos de la niña que estuvieron durante décadas en el Museo de La Plata. La Ley nacional argentina 25517 establece que "los restos mortales de aborígenes, cualquiera fuera su característica étnica, que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que los reclamen".   

Fuente: Internet (diarios argentinos y ONG Linaje)
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