La angustia de la Pasión

Tras el esplendor del Domingo de Ramos, el Lunes Santo la liturgia entra en la angustia de la Pasión siguiendo los últimos días de vida de Jesús. El Evangelio nos presenta el episodio de la Magdalena lavando y ungiendo los pies de Jesús, con el escándalo de Judas. En él se han inspirado algunos pasos y procesiones.

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El lunes, al encaminarse de nuevo al Templo de Jerusalén, “sintió hambre”. La noche del domingo fue intensa para Jesús. Explica muchas cosas a los suyos, pero –sobre todo– reza. Su alma está en tensión. Ve, quiere, siente, habla con el Padre, es invadido por el Espíritu Santo que le empuja al sacrificio. Vive un amor intenso y dolorido. Ante sus ojos desfilan los sucesos de aquellos tres años, y la humanidad entera con sus miles de historias individuales se le hace presente. Es la oración del Mediador entre Dios y los hombres, y vive su función con intensidad.

También ayuna, su espíritu no se relaja. El lunes, al encaminarse de nuevo al Templo de Jerusalén, “sintió hambre”. Pero en lugar de recurrir a los suyos pidiendo alimento, se dirige hacia una higuera buscándola.

Sabe que florecen hacia junio y raramente lo hacen en abril; pero le mueve un deseo intenso de que Israel dé buenos frutos, a pesar de todas la evidencias. Tiene hambre del amor de su pueblo y de todos los hombres. Pero aquel pueblo es como la higuera que tiene muchas hojas y ningún fruto.

Y surge la ira profética como el relámpago en un cielo de tormentas, y clama hablando con el árbol, y más aún con su pueblo: “que nunca jamás coma nadie fruto de ti” (Mc). Los discípulos escuchaban sorprendidos.

La higuera seca

Al día siguiente “Por la mañana, al pasar, vieron que la higuera se había secado de raíz”. Los discípulos estaban acostumbrados a los milagros, pero esta vez se sorprenden, pues se dan cuenta de que forma parte del mensaje de Jesús que les habla por medio de un símbolo. Un árbol frondoso y prometedor se ha secado casi de repente. “Y acordándose Pedro, le dijo: Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado”. Era como decirle explícanos esta nueva parábola unida a un milagro tan extraño.

Jesús abre su alma y les explica algo esencial: el valor de la fe y la importancia del perdón y les contestó: “Tened fe en Dios”.

La necesitarán pues dentro de poco van a ver la debilidad de Dios, o mejor, un manifestarse del amor divino que se abajará al máximo para ganar la buena voluntad de los hombres.

Para personas acostumbradas a considerar a Dios lleno de poder y majestad, es un escándalo verle humilde para vivir el misterio del perdón.

Mercaderes del templo

Al comenzar la vida pública Jesús expulsó a los mercaderes del Templo en un acto que suscitó esperanzas en algunos y enemistad en los comprometidos con el mercadeo de las cosas de Dios.

Ahora va a suceder algo similar, pero no en vano han transcurrido tres años de intensa evangelización.

Jesús ya no se presenta sólo como un reformador religioso, pues en el Templo se ha proclamado el Hijo de Dios igual al Padre. Está hablando en su casa, en la casa de Dios, y todo su poder se dejará ver con fuerza. “Llegan a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo, y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en una cueva de ladrones” (Mc).

Su acción no encuentra ahora gentes sorprendidas por el desconocido galileo. Ahora todos saben que el que actúa con santa ira se ha proclamado Mesías rey, ha sido aclamado por el pueblo y discutido por los príncipes. Temen, recogen sus enseres, y huyen. La actividad era grande en el mercado del Templo durante la Pascua. Miles de sacrificios, multitud de animales, vocerío, paso por el centro del templo, y nada de oración. Pero la acción apunta más alto, los responsables son los que dirigen el Templo. El sumo Sacerdote permite aquel barullo porque se enriquece con cada transacción.

Si el dinero fluye a sus arcas, poco le importa el orden del templo. Los que le asisten también son colaboradores de aquel abuso. En realidad la gloria del Altísimo era cuestión muy lejana de sus intereses. Aquí está la raíz del rechazo de Jesús como Mesías que se manifiesta como el Hijo de Dios. Si fuesen hombres de oración, si estuviesen unidos con Dios, descubrirían la verdad del enviado de Dios. Pero no lo son, por eso cuando los príncipes de los sacerdotes y los escribas lo supieron, “buscaban el modo de perderle; pues le temían, ya que toda la muchedumbre estaba admirada de su doctrina”.

La ira contra Jesús

La rabia crece en sus corazones. El mismo Sanedrín ha determinado que se le mate, pero Jesús actúa con impunidad en el Templo. Es más, actúa haciendo y deshaciendo, enseñando y corrigiendo abusos. Parece que les provoca. Y ellos no pueden aguantar. Por eso con irritación se enfrentan con Jesús sin atender a sutilezas, a gritos: “Y mientras paseaba por el Templo, se le acercan los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dicen: ¿Con qué potestad haces tales cosas? o ¿quién te ha dado tal potestad para hacerlas?”. Siempre es el mismo tema: ¿quién eres? como si no lo hubiese dejado claro muchas veces allí mismo. Pero no quieren aceptarlo, ninguna razón les moverá de su incredulidad. Por eso Jesús les contestó de un modo sorprendente: “Yo también os haré una pregunta, respondedme, y os diré con qué potestad hago estas cosas: el bautismo de Juan ¿era del Cielo o de los hombres? Y deliberaban entre sí diciendo: Si decimos que del Cielo, dirá: ¿por qué, pues, no creísteis? Pero ¿vamos a decir que de los hombres? Temían a la gente; pues todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. Y contestaron a Jesús: No lo sabemos. Entonces Jesús les dice: Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas” (Mc).

Jesús tiene autoridad de rey; tiene la autoridad de quien tiene poder de hacer milagros; tiene autoridad de hombre perfecto y sabio; tiene la autoridad de Hijo de Dios; tiene la autoridad del Padre que le ha dado todo poder. Ninguna de ellas es aceptada por aquellos hombres de corazón envilecido. Sus mentes bullen ante la cuestión de quedar bien con el pueblo. Y se refugian en la evasiva cuando se les enfrenta con la verdad. Jesús no puede actuar con la claridad de la verdad a los que están cerrados a la luz. Y deja en evidencia a los que no quisieron creer en el Bautista, y no quieren creer en Él.

victorluisc@hotmail.com

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