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El Señor sabe que Jerusalén es el lugar donde debe consumarse el mayor signo de amor de Dios para con toda la humanidad. Será allí donde se restablecerá la Alianza plena y definitiva entre el Padre misericordioso y cada uno de sus hijos. Jesús entra a Jerusalén ciertamente como rey, pero no al modo de quienes gobiernan este mundo; el Señor con su gesto sencillo, entra a la ciudad elegida con gestos de mucha cercanía para con quienes lo aclaman, aún intuyendo que más tarde podrían traicionarlo y pedir su muerte.
El Maestro no prohíbe que lo aclamen. Él deja que las personas manifiesten su sentir de agradecimiento quizá por tantos beneficios que habían recibido de parte suya: ciegos que veían, paralíticos que volvían a caminar, condenados que habían sido liberados interiormente por él, muertos que recibieron nueva vida tras su encuentro con Jesús.
El corazón de aquellas personas estaba ciertamente lleno gozo y era eso lo que expresaban gritando “¡Hosanna al Hijo de David!”. De igual modo Jesús no se deja distraer por las honras y alabanzas. Él sigue adelante y no se detendrá hasta afrontar también el aparente fracaso de la cruz.
Abrazarse a Cristo y a una adhesión madura
Querido hermano y querida hermana, luego del inicio del tiempo cuaresmal en el que ciertamente habremos hecho propósitos concretos en relación al ayuno, la oración, y las obras de caridad, somos invitados a entrar también nosotros a la semana fuerte de nuestra fe.
La entrada de Jesús en Jerusalén es una motivación clara a fin de que también nosotros entremos en la dinámica de un seguimiento radical y maduro del Señor. Él ciertamente es el modelo que estamos llamados a vivir en nuestro día a día. Jesús es aclamado como rey, pero en breve será también humillado como uno de los peores delincuentes; y no por eso desistió de su misión.
Seguir las huellas del Maestro, es sin duda, hacer experiencia de una felicidad incalculable, es vivir una serenidad y una alegría que a veces nos desbordan; sentir el amor del Señor en el corazón nos da una fuerza que nada en el mundo es capaz de igualar. Y ante esas realidades ¡cómo no seguir a Jesús! Ahora, ese seguimiento también trae consigo incomprensiones, calumnias, decepciones, impotencia; pues si el mismo Maestro vivió todo eso, ¿qué nos lleva a pensar que nosotros estaremos exentos de ello?
Y qué lindo ver hoy a tanta gente que asume seguir a Cristo con verdadera madurez, contagiando de alegría a su alrededor, generando vida por donde pasa, mirando la vida con optimismo, sembrando esperanza en quienes están a su alrededor; pero así también, enfrentando con coraje sus dolores, poniendo la cara a los desafíos, cayendo a veces pero levantándose otras tantas. Todo esto sin dejar de abrazar a Cristo que también hoy quiere ser Rey de tu propia vida.