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El escándalo ya está en conocimiento de todos, y surgió en un momento en que los movimientos de la Iglesia reclamaban el respeto a la familia y rechazaban la posibilidad de que los colectivos gaylésbicos impusieran en la declaración final de la OEA –que se reunía en nuestro país– la unión de personas del mismo sexo, aunque este punto no figuraba en el documento.
El enfrentamiento entre Cuquejo y Livieres Plano es grave porque afecta a dos obispos que están en el gobierno pastoral. Por sus características, rompe la colegialidad episcopal, debido a que estos pastores están acostumbrados a dilucidar sus problemas particulares en el seno de la Conferencia Episcopal y no en público.
De acuerdo a los acontecimientos, y las denuncias que reflotaron contra el sacerdote Carlos Urrutigoity, Cuquejo propuso reabrir el caso para una nueva investigación sobre el pasado del religioso, porque seguía siendo “un peligro para los jóvenes”, según dijeron sus anteriores superiores.
El Derecho Canónico ampara la opinión del arzobispo, y más aún como metropolitano. En el Capítulo II, artículo 436, dice que le compete al metropolitano: “vigilar para que se conserven diligentemente la fe y la disciplina eclesiástica, e informar al Romano Pontífice acerca de los abusos si los hubiera”.
Lo que nadie esperó fue la reacción del obispo del Este, quien, antes que aclarar el caso, profirió graves denuncias contra Cuquejo. Lo trató de “homosexual”, de “mala persona”, y además exteriorizó su satisfacción porque en setiembre ya dejará el cargo de arzobispo. Sin dudas, Livieres Plano se descontroló y dejó desconcertados a la feligresía católica y a los otros obispos.
Tras estos hechos hubo intensas negociaciones para salvar el impasse, pero al parecer todos los intentos de acercar a las partes fracasaron. Participaron algunos obispos y hasta el obispo emérito de Encarnación, monseñor Jorge Livieres Banks, tío de Livieres Plano, pero tampoco convenció a su sobrino.
En los momentos más candentes de la historia de Paraguay, cuando arreciaban los enfrentamientos y las acusaciones, la sociedad paraguaya siempre ha recurrido a los obispos para que sean mediadores.
Ellos siempre fueron los promotores de los diálogos, de ahí que sigue sorprendiendo que una de las partes se niegue o condicione una reconciliación a la retractación sobre la conducta de un cuestionado sacerdote, tal como propuso Livieres Plano. Hasta parece de mal gusto que un obispo quiera negar el perdón a su semejante.
Este enfrentamiento también sirvió para que los anticlericales renueven sus críticas a la Iglesia Católica. No faltaron quienes la siguen cuestionando por encubrir a abusadores sexuales de sus fieles. Otros utilizaron la burla para referirse a los protagonistas.
De hecho, el caso ya está en el Vaticano, porque, como dicen los entendidos, al papa Francisco no le agradará conocer este entredicho a través de la prensa.
Por de pronto, la Conferencia Episcopal Paraguaya ha recomendado a los pastores enfrentados que se llamen a silencio. Sin embargo, la feligresía quiere saber cómo terminará esta novela. Negarles ese derecho será más perjudicial a la imagen de la Iglesia.
En contrapartida, sincerar las actuaciones, informar cómo termina este enfrentamiento, fortalecerán a esta institución que, por encima de los errores de sus pastores, sigue a Jesucristo.