Hogar de ancianos de Villarrica necesita más ayuda estatal

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VILLARRICA (César Martínez, corresponsal). El hogar de ancianos Santa Lucía de esta ciudad alberga a 29 personas de la tercera edad, de las cuales 21 son mujeres. Casi todos los residentes sufren dolencias que les impiden caminar con normalidad, por lo que requieren de constante cuidado. El Estado apenas cubre una parte de los gastos.

El presupuesto anual del establecimiento asciende a G. 400 millones, de los cuales G. 150 millones son proveídos por el Estado paraguayo. La mayor parte de los gastos son cubiertos con donaciones de católicos españoles y donantes del Guairá, explicó el Lic. Bruno Báez, vicepresidente de la comisión del hogar de ancianos. Este es el cuarto año que el asilo recibe subsidio estatal, pero la ayuda resulta insuficiente para cubrir las múltiples necesidades.   

El centro destinado a los ancianos abandonados fue creado por el sacerdote Blas Arévalos en 1998, y es el único en el departamento del Guairá. En aquella época, Arévalos era cura en la parroquia del barrio Santa Lucía y se sentía impresionado por las malas condiciones de vida que llevaban muchos ancianos de la zona.   

Fue así como motivó a los parroquianos y también a sus alumnos de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Católica de esta capital departamental, para que participaran en el proyecto de fundación de un hogar.   

Al comienzo eran pocos los residentes en razón de que la parroquia contaba con escasos recursos. Con el correr de los años, llegaron más personas de la tercera edad, lo cual obligó a la parroquia a buscar ayuda para atender a los necesitados.   

En la actualidad, la parroquia está cargo del sacerdote Milciades Ayala.   

Muchos gastos   

"Hay muchos gastos, porque la mayoría de las personas a quienes damos albergue sufren algún tipo de enfermedad, lo cual afecta a nuestro presupuesto", sostuvo Báez.   

Los residentes necesitan principalmente pañales, así como alimentos y medicinas. Como la mayoría de los internos no pueden controlar la expulsión de su orina, deben usar los materiales absorbentes para evitar la contaminación de las sábanas y colchones, así como de las habitaciones donde duermen. El menor de los internos tiene 68 años y el mayor, 98 años.   

La comisión parroquial contrató a cinco personas para atender el hogar. Algunas se dedican a la limpieza de las instalaciones, mientras que otras trabajan en la cocina. Hay una enfermera que atiende a los internos.   

En el hogar, las actividades se inician a las 05:30 y van hasta las 18:00. Algunos internos se levantan temprano y ya piden mate o desayuno. Algunos de los residentes, en cambio, permanecen postrados en la cama y necesitan más cuidados.   

La política del hogar es brindar albergue solo a las personas de la tercera edad en estado de abandono y en extrema pobreza. "Si hay familiares, preferimos que ellos atiendan a los ancianos en sus casas", aclaró Iluminada Acosta de González, presidenta de la citada comisión.   

De momento, el establecimiento trabaja al tope de su capacidad, razón por la cual no puede dar albergue a otras personas de edad avanzada. "Acá están personas completamente desamparadas, y por eso necesitan de un lugar donde puedan pasar sus días", expresó Acosta de González.   

Algunos internos también sufren trastornos mentales, motivo por el cual tienen dificultades para comunicarse con sus compañeros del hogar. "Es difícil el relacionamiento con muchos compañeros por los trastornos que sufren. Tenés que tener paciencia, respeto y tolerancia con ellos para mantener la convivencia", dijo el interno César Goiris (72), quien se desplaza en una silla de ruedas porque no puede estar de pie debido a la debilidad de sus piernas.   

Goiris es oriundo del distrito de Yataity, y dijo que hace muchos meses no recibe la visita de personas conocidas de su comunidad. Al igual que otros internos, reconoció que necesita comunicarse para relatar sus vivencias. Está en el hogar desde hace dos años. Aún lúcido, es muy comunicativo, y dijo que en el hogar reciben un buen trato.   

Algunas ancianas se dedican a la artesanía, sobre todo en bordado. Así, hacen pasar las horas para luchar contra el estado de angustia que a veces les atrapa.
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