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Cada parte de su estructura es testigo del servicio a varias generaciones de ciudadanos, que han encontrado en la clásica esquina de Eligio Ayala y Curupayty el sitio de respuesta a sus inquietudes de salud. El estado de quiebra amenaza su existencia y necesita al menos US$ 3 millones y una refinanciación a largo plazo para levantar cabeza. Unos 400 empleados y 16.000 asegurados esperan el milagro.
La historia comienza a finales de la década del 40, cuando el Dr. Luis Migone Battilana compra una casa colonial ubicada en 25 de Mayo casi Brasil, e instala un sanatorio con 10 habitaciones, sala de cirugía, sala de partos y rayos, un consultorio y un laboratorio de análisis.
El personal se componía de unos 20 empleados, y el plantel médico estaba integrado por los bioquímicos Rubén Buzarquis y Luis Berganza, los médicos internos, doctores Oscar García, Felipe Oscar Armele, Eugenio Mancuello y Adolfo Martínez Trovato.
Tras la muerte del propietario en un accidente de aviación ocurrido en Ñu Guazú, en el cual también falleció el coronel de la Fuerza Aérea Adrián Jara y resultó herido el general Andrés Rodríguez, la viuda le pidió al Dr. Miguel Angel Martínez Yaryes que este se hiciera cargo del servicio de cirugía. Integraban también el plantel médico el Dr. Carlos Vera Martínez, ginecoobstetra; Dr. Miguel González Oddone, medicina interna; Dr. Aristides Dávalos, traumatólogo, y Dr. Federico Ramos Fretes, ginecólogo, entre otros.
A finales de la década del 50 el sanatorio se mudó a su local propio de Eligio Ayala y Curupayty, lo que hoy día es conocido como parte antigua. Se inicia aquí una nueva etapa, con nueva infraestructura y equipos, y la contratación de más recursos humanos.
El servicio prepago es toda una novedad en esa época y, tras los primeros titubeos de la clientela potencial, esta modalidad asistencial comenzó a despegar lentamente. La moneda era fuerte y no había mayores dificultades a la hora de cumplir los compromisos. Además, la calidad de los profesionales de blanco, sumada a los recursos humanos seleccionados y una infraestructura moderna con equipamientos generalmente importados de Estados Unidos, donde se ha formado la mayoría de sus médicos, eran motivo suficiente para registrarse como cliente.
ETAPAS DE CAMBIO
El crecimiento del sanatorio se fue dando por etapas.
La visión empresarial del Dr. Migone se iba apuntalando en una serie de factores.
La viuda del propietario, Ketty Nogués viuda de Migone, decide vender el sanatorio a un grupo de médicos internos y estos aceptan formar una nueva sociedad para la compra a crédito, con un capital inicial. Tras ser cerrada la transacción, incorporan a dos bioquímicos, quienes echan a andar el servicio de laboratorio.
Se concreta la primera ampliación con 3 nuevas habitaciones y 4 consultorios.
La tercera etapa de la vida institucional del sanatorio se consuma en los albores de los 80, cuando amplían el espacio físico disponible con la compra de un chalet vecino con crédito a largo plazo tipo llave en mano.
Se erige un edificio de 7 plantas, que amplía 2 veces más su capacidad de atención, incluidos restaurante y sala de conferencia. La terapia intensiva, pionera en el Paraguay, es copia fiel del hospital Pequeña Compañía de Buenos Aires, reconocida en el ambiente porteño por esta especialidad.
Alentada por el crecimiento demográfico y la expectativa despertada en potenciales clientes se construye la torre nueva, que incorpora infraestructura y equipos de punta, bajo la dirección del arquitecto mexicano Francisco Martínez Romo, quien se ha caracterizado por trabajos de ese tipo realizados en hospitales modernos de ciudades de América.
La vieja y pequeña casona de los años 50, décadas después, se convierte en un edificio de 7 pisos con una infraestructura que no tiene competencia en 500 kilómetros a la redonda, señala el Dr. Miguel Angel Martínez Yaryes, vicepresidente del directorio.
Este médico, quien como pocos vivió paso a paso el surgimiento del sanatorio, llora al recordar lo que él considera parte de su vida como persona y como profesional.
La historia comienza a finales de la década del 40, cuando el Dr. Luis Migone Battilana compra una casa colonial ubicada en 25 de Mayo casi Brasil, e instala un sanatorio con 10 habitaciones, sala de cirugía, sala de partos y rayos, un consultorio y un laboratorio de análisis.
El personal se componía de unos 20 empleados, y el plantel médico estaba integrado por los bioquímicos Rubén Buzarquis y Luis Berganza, los médicos internos, doctores Oscar García, Felipe Oscar Armele, Eugenio Mancuello y Adolfo Martínez Trovato.
Tras la muerte del propietario en un accidente de aviación ocurrido en Ñu Guazú, en el cual también falleció el coronel de la Fuerza Aérea Adrián Jara y resultó herido el general Andrés Rodríguez, la viuda le pidió al Dr. Miguel Angel Martínez Yaryes que este se hiciera cargo del servicio de cirugía. Integraban también el plantel médico el Dr. Carlos Vera Martínez, ginecoobstetra; Dr. Miguel González Oddone, medicina interna; Dr. Aristides Dávalos, traumatólogo, y Dr. Federico Ramos Fretes, ginecólogo, entre otros.
A finales de la década del 50 el sanatorio se mudó a su local propio de Eligio Ayala y Curupayty, lo que hoy día es conocido como parte antigua. Se inicia aquí una nueva etapa, con nueva infraestructura y equipos, y la contratación de más recursos humanos.
El servicio prepago es toda una novedad en esa época y, tras los primeros titubeos de la clientela potencial, esta modalidad asistencial comenzó a despegar lentamente. La moneda era fuerte y no había mayores dificultades a la hora de cumplir los compromisos. Además, la calidad de los profesionales de blanco, sumada a los recursos humanos seleccionados y una infraestructura moderna con equipamientos generalmente importados de Estados Unidos, donde se ha formado la mayoría de sus médicos, eran motivo suficiente para registrarse como cliente.
ETAPAS DE CAMBIO
El crecimiento del sanatorio se fue dando por etapas.
La visión empresarial del Dr. Migone se iba apuntalando en una serie de factores.
La viuda del propietario, Ketty Nogués viuda de Migone, decide vender el sanatorio a un grupo de médicos internos y estos aceptan formar una nueva sociedad para la compra a crédito, con un capital inicial. Tras ser cerrada la transacción, incorporan a dos bioquímicos, quienes echan a andar el servicio de laboratorio.
Se concreta la primera ampliación con 3 nuevas habitaciones y 4 consultorios.
La tercera etapa de la vida institucional del sanatorio se consuma en los albores de los 80, cuando amplían el espacio físico disponible con la compra de un chalet vecino con crédito a largo plazo tipo llave en mano.
Se erige un edificio de 7 plantas, que amplía 2 veces más su capacidad de atención, incluidos restaurante y sala de conferencia. La terapia intensiva, pionera en el Paraguay, es copia fiel del hospital Pequeña Compañía de Buenos Aires, reconocida en el ambiente porteño por esta especialidad.
Alentada por el crecimiento demográfico y la expectativa despertada en potenciales clientes se construye la torre nueva, que incorpora infraestructura y equipos de punta, bajo la dirección del arquitecto mexicano Francisco Martínez Romo, quien se ha caracterizado por trabajos de ese tipo realizados en hospitales modernos de ciudades de América.
La vieja y pequeña casona de los años 50, décadas después, se convierte en un edificio de 7 pisos con una infraestructura que no tiene competencia en 500 kilómetros a la redonda, señala el Dr. Miguel Angel Martínez Yaryes, vicepresidente del directorio.
Este médico, quien como pocos vivió paso a paso el surgimiento del sanatorio, llora al recordar lo que él considera parte de su vida como persona y como profesional.