Hace 24 años, el papa Juan Pablo Segundo visitaba nuestro país

“Sé que visito un país no exento de dificultades”, diría casi un cuarto de siglo atrás el hoy beato Juan Pablo Segundo nada más al arribar al aeropuerto internacional que entonces no llevaba el nombre de Silvio Pettirossi sino el del dictador Alfredo Stroessner. Esto lo recordamos para que las jóvenes generaciones de hoy puedan dimensionar en su magnitud la situación política que vivía el Paraguay.

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Semanas antes, corría riesgo la realización total de la visita de papa Juan Pablo II, cuando las autoridades intentaron impedir que los opositores fueran convocados al Encuentro con los Constructores de la Sociedad, previsto el día 17, en el Consejo Nacional de Deportes.

Según las expresiones del entonces vocero papal Joaquín Navarro Vals, “por primera vez se registraba un hecho de esta magnitud”. Agregó que “ante la eventualidad de que el Gobierno prohíba la realización del encuentro, como consecuencia inmediata el Papa solo estaría para la canonización del primer santo paraguayo y luego regresaría a Roma”.

Finalmente y también por primera vez, el Gobierno retrocedió en sus intenciones pero dejando vacías las sillas donde debían estar para recibir el mensaje del Papa, que hablaría de la necesidad de una democracia basada en la verdad y en la defensa de la dignidad del hombre, además de anunciar la necesidad de una auténtica democracia que defienda al ser humano en su conjunto. El Sumo Pontífice se anticipaba varios años alertándonos contra el relativismo hoy imperante en todo el mundo.

Tras la canonización el 16 de mayo del primer santo paraguayo, Roque González de Santa Cruz, a quien por décadas el pueblo acostumbró en llamar “beato Roque” (hasta hoy una empresa de transporte del interior sigue llevando este nombre), el Papa se dirigió al Palacio de Gobierno tras expresar la alegría de elevar a los altares a un misionero de nuestras tierras, señalando espontáneamente que “hoy Roma se mudó a Asunción”, debido a que la mayor parte de las ceremonias de canonización se realizaban en la sede de Pedro y, sin embargo, nuestro santo era canonizado en nuestra misma tierra.

El encuentro en el Palacio de Gobierno quedó en la historia por una de las expresiones más elocuentes del Sumo Pontífice ante el dictador Stroessner, en aquel contexto difícil que vivían la Iglesia y el país.

“No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos ni a Dios en la conciencia de los hombres”. Otro hecho que hoy podemos destacar es cómo la televisión internacional mostraba la expresión del rostro y de las manos del Santo Padre cada vez que el dictador le pintaba la ficción de un país sin pobreza, muy diferente al de la realidad que el Papa bien conocía por cómo lo presentaba la Iglesia. Los indígenas de Santa Teresita del Chaco, junto al hoy también obispo monseñor Lucio Alfert pueden dar testimonio de la emoción que el Pontífice vivió junto a ellos, a quienes ofreció todo su afecto de padre.

Asimismo, las ciudades de Encarnación, cercana a las Reducciones, y Villarrica del Espíritu Santo, donde los hermanos Gómez hicieron tararear al Santo Padre la canción “Gracias Su Santidad”, como herencia de un pueblo que fue evangelizado a través de la belleza de la música, desde la primera evangelización de los franciscanos y jesuitas.

En el encuentro con los consagrados en la Catedral Metropolitana se vivió un momento conmovedor.

Al llegar frente al Santísimo Sacramento, el Papa se arrodilló y permaneció en un profundo silencio de varios minutos. Quizás en ese momento estaba poniendo en manos de Dios todas las intenciones por las cuales realizaba este viaje tan intenso a nuestro país. En las entrañas de su corazón estaban todas las intenciones de nuestro querido pueblo.

Tuvimos también la bendición de que en el último día de su visita celebre aquí su cumpleaños número 68, recibiendo una serenata en la Nunciatura en horas de la mañana y a la tarde una inmensa torta que regaló a los niños más pobres de la Cordillera tras consagrar el santuario nacional de la Virgen de Caacupé, y finalmente recibiendo el “cumpleaños feliz” en español y guaraní de más de medio millón de jóvenes, una multitud nunca igualada en nuestro país, en Ñu Guasu, antes de partir de regreso a Roma. Hasta tuvo minutos donde bromeó con los jóvenes expresándoles: “Ustedes dicen que el Papa es joven solo para darme un consuelo por el día de mi cumpleaños”, despertando la algarabía de todos.

Quedó también la tristeza de que el Papa no pudiera ir a Concepción, pese al deseo de la Iglesia y la negativa del Gobierno. Pero más que nada quedó una semilla, no solo que repercutió en un cambio político, sino en un llamado a un compromiso para el hoy , para el devenir y la posteridad de nuestra historia.

Quizá para muchos todo esto quede como un recuerdo nostálgico del pasado, pero más que nada es un compromiso para aquellos que como generación de aquel entonces hemos recibido esta semilla y bendición de la presencia de un hombre que trajo la presencia y el anuncio de Cristo para una sociedad convulsionada por el momento político que le tocaba vivir. Ese hombre hoy ha sido elevado a los altares como beato por el actual papa Benedicto XVI y muy pronto llegará a ser santo.

Los jóvenes de hoy pueden seguir todos estos momentos históricos vividos 24 años atrás a través de la tecnología, como las imágenes y audios en las redes sociales, además del material “Las huellas de Juan Pablo Segundo”, producido por Radio Cáritas, y otros tantos valiosos archivos, pero por sobre todo ellos también podrán ser portadores de esa antorcha dejada por el querido Pontífice y así poder alumbrar tantas tinieblas que impiden ver la luz a la sociedad de hoy abrumada por el relativismo. Es nuestro compromiso hacer memoria de lo vivido.

(*) Docente de la Universidad Católica. Periodista de Radio Cáritas.

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