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El objetivo de esta recordación es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el purgatorio.
Los paraguayos acostumbran hacerse un poco de tiempo para ir a los cementerios para orar y recordar los gratos momentos vividos con el familiar fallecido.
Años atrás, los seres queridos pasaban el día en los camposantos. Allí cambiaban los paños de la cruz y rezaban el santo rosario. Así, se llevaba el tradicional avío para no tener hambre. A los chicos se les repartían golosinas, jugo o el tradicional aloja; todas estas ofrendas eran en memoria del finado.
Muchas parroquias, entre tanto, celebraban la misa en el cementerio y la multitud rezaba por sus seres queridos.
La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento dice: «En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el “¡ay, Señor!” te plañirán, porque lo digo yo, oráculo del Señor» (Jeremías 34,5). A su vez, en el libro 2º de los Macabeos está escrito: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados» (2 Mac 12, 46); y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que era un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.
En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés.