En bicicleta, al rescate de las vías del tren

El primer día hábil del 2017 Jero Buman (43) se subió a su bicicleta y se dispuso a pedalear desde su casa en Asunción hasta Encarnación, distante unos 360 kilómetros por la Ruta I. Pero él eligió otro camino, el mismo que en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX empezó a trazar las vías del ferrocarril. Quiere demostrar que el recorrido puede convertirse en una bicisenda turística.

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Este viaje no es solo uno en bicicleta. Es uno de verdadero descubrimiento. Lo que Buman quiere es probar (a sí mismo primero y a los demás después) que las vías del tren, hoy en desuso, pueden convertirse en una extensa bicisenda que una la capital del país con la de Itapúa y que a la vez revitalice su entorno, incluidas las estaciones, un patrimonio histórico hoy abandonado.

Como es director de cine y fotografía, tuvo la idea de filmar buena parte del recorrido, iPhone en mano, y compartir lo que ve en tiempo real gracias a Facebook Live, en su propia cuenta. Y la magia se encendió: de repente sus contactos empezaron a compartir el relato a medida que se construía y centenares de personas se pusieron a seguir su paseo, como una especie de Netflix de la bici, del tren y de los paisajes más lindos.

Reavivar un espacio muerto

“Lo hago porque me gusta andar en bicicleta y porque siempre tuve la ilusión de subirme a la vía del tren. Es una cosa fantástica. Es reavivar un espacio muerto. Eso no quiere decir que estoy en contra de que se haga el tren. Esto no es una denuncia. Quiero que si la gente de Sapucái siente que se tiene que hacer una bicisenda, se haga. Yo solo muestro y digo ¿qué les parece esto?”, relata en una pausa.

Buman nos presta sus piernas para el pedaleo y sus ojos para mostrarnos cómo es el camino que hace décadas dejaron de recorrer locomotoras y vagones y que él atraviesa con otra máquina de igual nobleza y resistencia.

De manera sencilla relata lo que ve: los paisajes, cómo son las estaciones, si están cuidadas, como la de Pirayú, o abandonadas, como la de Patiño, ocupada por una familia. Y cómo se imagina que pueden integrar un circuito turístico donde el gran atractivo sea pedalear rodeado de un entorno natural y arquitectónico precioso. Conversa con los pobladores, algunos de los cuales fueron pasajeros del tren y recuerdan pueblos y ciudades cuando su paso les daba vida.

Ciertos tramos del camino transitado hasta ahora son limpios y fáciles de recorrer. De otros se apropió la maleza y hasta crecieron árboles; son una mata inexpugnable. En Areguá se levantan construcciones donde alguna vez pasaba el tren y en Paraguarí el trayecto es interrumpido por tranqueras de propiedades privadas. Hay puentes desmantelados. La mayoría de los durmientes han desaparecido. Existen tramos con rieles y otros en los que ya no se divisan; puede que estén enterrados o hayan sido sustraídos. Pero todo el tiempo que se puede el trayecto es exactamente el que marcó el tren.

Sin edición ni retoques, la transmisión es auténtica: se escucha un perro que ladra, alguien que lo manda callar, y a los chicos que salen a saludar. De repente la cámara enfoca el velocímetro, que también marca la temperatura. Se lee: 48 °C. La travesía cobra para los espectadores un cariz heroico.

Y el ciclista-director comprueba en vivo que su idea no es del todo original. Partes del trazado ya son utilizadas como caminos por los vecinos. Pandillas de chicos, algunos descalzos y con bicicletas que no se parecen mucho a la de carbono que monta el protagonista de esta nota, pasean por ahí.

Y después está don Juan Ramón, de pelo blanco y elegante bici antigua. Mucho más que el nombre no se sabe de él, porque es parco y aparece pedaleando durante la transmisión solo unos instantes, los suficientes para corroborar la nobleza de la bicicleta como medio de transporte, tenga el ciclista la edad que tenga.

Cosas inesperadas

A lo largo de la travesía van pasando cosas inesperadas. Nico, el dibujante, hace un retrato de Jero subido a su bici. Unas personas lo esperan en el camino y lo condecoran con un pin de la bandera paraguaya. Se cruza con el grupo de rock Salamandra que está grabando un videoclip en Pirayú. Lo esperan los ciclistas de Paraguarí para saludarlo y escoltarlo un breve tramo. Y en Encarnación se enteran de que pronto llegará y comienzan a armar un comité de bienvenida.

Buman no se imaginaba que tanta gente se iba a prender a su historia. “Es impresionante. No quiero que esto flote, que llegue el fin de semana y se acabe. Quiero que siga, y de hecho muchísima gente se conectó para tirar ideas, datos, ofrecer ayuda. Tenemos que tomar los lugares públicos, darles funcionalidad y ponerles un valor. Si no le damos valor real a la vía del tren se convierte en un yuyal”, afirma.

Cuando estas líneas van a la imprenta Buman ya está descansando en Sapucái. Su meta inicial era llegar a Encarnación en tres días y es muy improbable que lo logre. Es lo de menos, porque aún sin haber llegado siquiera a mitad de camino ya ha conseguido parte de su objetivo: despertar una comunidad de personas pendientes de su recorrido, que metro a metro se enamoran de la idea de darle vida a un camino y a una infraestructura tan históricos como descuidados.

Reactivación del ferrocarril

El proyecto del tren de cercanías, que debe conectar en principio las ciudades de Asunción y Luque, está muy atrasado. En el 2015 Ferrocarriles del Paraguay (SA) debió haber elegido al socio financista de la puesta en marcha del proyecto, pero aún no lo hizo.

Roberto Salinas, presidente de Fepasa, se excusó diciendo que el atraso se debe a que siguen ajustando detalles relativos a la garantía, las condiciones financieras, el análisis de los riesgos, etc.

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