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La representación del nacimiento del Niño Dios se adorna con el tradicional ka’avove’i, con la flor de coco, las guirnaldas, a las que se agregaron las luces.
Pero cómo nació la idea de armar el pesebre es la pregunta que siempre se hace. El hermano Pesente relata al respecto:
“Todo ocurrió tres años antes de la muerte de San Francisco. Había en la ciudad de Greccio, en Italia, un hombre llamado Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu”, dijo.
“Unos quince días antes de la Navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: ‘Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno’. Al oír esto, el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado”, acotó.
“San Francisco de Asís tenía una especial predilección por la fiesta de Navidad, pues era para él una gran motivación de su estilo de vida pobre. El Hijo de Dios, siendo el Todopoderoso, decide asumir nuestra condición, menos en el pecado, para salvarnos”, manifestó.
Así nació la representación del Niño Dios, que luego se difundió por el mundo. Años atrás, los vecinos recorrían las casas para ver los pesebres, frente a los cuales se rezaba y se cantaba, y en premio a la visita, los dueños de la casa compartían bocados de alimentos y la despedida era: “Está muy lindo tu pesebre”.