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Dice la tradición que fueron tres los hombres sabios o reyes o magos que visitaron y adoraron al niño del pesebre. Uno, Gaspar, ofreció mirra; Baltasar ofreció incienso y, el tercero, Melchor, ofreció oro, símbolo del tributo y signo de la divina majestad y de la realeza.
LA MANZANA DE ORO
¿Cómo era el oro que trajo Melchor? Dicen que eran una joya con forma de manzana y unas treinta monedas, los célebres denarios tan presentes en la vida de Cristo.
La manzana, según la tradición, había pertenecido a Alejandro Magno, fundida en parte de los tributos de todas las provincias de su imperio: La manzana era un objeto que simbolizaba el mundo del cual era dueño y señor. Pero cuando Alejandro abandonó Persia, la manzana de oro se quedó allá.
Era una hermosa joya, que representaba, en su esfericidad sin principio ni fin, según cuenta Massimo Oldoni, un estudioso del tema, el poder de aquel que rige el Universo con su virtud y la propia y extraordinaria singularidad.
A poco de que Melchor entregara al Niño Jesús aquella delicada joya, se quebró reduciéndose a polvo, como signo de que la humildad de Jesús y la irrepetible singularidad de su presencia convertirían en mil pedazos las cosas viejas del mundo.
TREINTA MONEDAS DE ORO
Los 30 denarios de oro que formaban parte del regalo de Melchor, según Oldini, eran los mismos que Abraham había llevado desde Ur, en Caldea, hasta Hebrón, y con los que había comprado el terreno destinado a su sepultura y la de su familia. Teraj, padre de Abraham, los había hecho acuñar por el rey de Mesopotamia y por aquellos mismos denarios -dice el mencionado Oldini- fue vendido José por sus hermanos ismaelitas.
Muerto Jacob, los 30 denarios fueron enviados a la reina de Saba para comprar perfumes para el sepulcro de Jacob y de José, donde fueron depositados en el tesoro real. La reina de Saba, los donó al Templo de Jerusalén. De allí fueron tomados por los árabes, de cuyos tesoros los tomó Melchor para llevarlos junto a Jesús.
UNA AZAROSA HISTORIA
Durante la huida a Egipto, algún tiempo después de haber nacido Jesús, María llevó consigo esas monedas, envueltas en un paño de lino, pero con tan mala suerte que los perdió en el camino. Aquellos denarios fueron encontrados por un pastor, quien, años después, atormentado por una grave enfermedad entregó a Jesús, a quien recurrió para alivio de sus males.
El Mesías ordenó que esas monedas fueran depositadas en el Templo de Jerusalén.
Cuando Jesús llegó a la ciudad santa para celebrar la pascua judía, los sacerdotes tomaron esas monedas y las entregaron a Judas para pagar su traición.
LA MANZANA DE ORO
La manzana, según la tradición, había pertenecido a Alejandro Magno, fundida en parte de los tributos de todas las provincias de su imperio: La manzana era un objeto que simbolizaba el mundo del cual era dueño y señor. Pero cuando Alejandro abandonó Persia, la manzana de oro se quedó allá.
Era una hermosa joya, que representaba, en su esfericidad sin principio ni fin, según cuenta Massimo Oldoni, un estudioso del tema, el poder de aquel que rige el Universo con su virtud y la propia y extraordinaria singularidad.
A poco de que Melchor entregara al Niño Jesús aquella delicada joya, se quebró reduciéndose a polvo, como signo de que la humildad de Jesús y la irrepetible singularidad de su presencia convertirían en mil pedazos las cosas viejas del mundo.
TREINTA MONEDAS DE ORO
Los 30 denarios de oro que formaban parte del regalo de Melchor, según Oldini, eran los mismos que Abraham había llevado desde Ur, en Caldea, hasta Hebrón, y con los que había comprado el terreno destinado a su sepultura y la de su familia. Teraj, padre de Abraham, los había hecho acuñar por el rey de Mesopotamia y por aquellos mismos denarios -dice el mencionado Oldini- fue vendido José por sus hermanos ismaelitas.
Muerto Jacob, los 30 denarios fueron enviados a la reina de Saba para comprar perfumes para el sepulcro de Jacob y de José, donde fueron depositados en el tesoro real. La reina de Saba, los donó al Templo de Jerusalén. De allí fueron tomados por los árabes, de cuyos tesoros los tomó Melchor para llevarlos junto a Jesús.
UNA AZAROSA HISTORIA
Durante la huida a Egipto, algún tiempo después de haber nacido Jesús, María llevó consigo esas monedas, envueltas en un paño de lino, pero con tan mala suerte que los perdió en el camino. Aquellos denarios fueron encontrados por un pastor, quien, años después, atormentado por una grave enfermedad entregó a Jesús, a quien recurrió para alivio de sus males.
El Mesías ordenó que esas monedas fueran depositadas en el Templo de Jerusalén.
Cuando Jesús llegó a la ciudad santa para celebrar la pascua judía, los sacerdotes tomaron esas monedas y las entregaron a Judas para pagar su traición.