“El amor abre corazones, disuelve razones”

Gustavo Bonifacio (54) es argentino, policía jubilado y excombatiente de Malvinas. Estuvo en Asunción dando testimonio de cómo crecer en la adversidad. En esta entrevista nos cuenta sobre su búsqueda, la enfermedad después de la guerra y, luego, una dura prueba familiar.

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Cuando Gustavo tenía 18 años, como todo joven, esperaba cumplir el sueño de concretar una profesión y formar una familia. “A esa edad había empezado Odontología, tenía una vida normal. Luego llegó Malvinas. Volví entero por fuera, pero empezó el infierno interior. Fue una caída hasta los 42 años; allí empecé a respirar y, al poco tiempo, un nuevo desafío: la bipolaridad de mi hijo, estudiante de abogacía y jugador de básquet. Quise hacer todo por él… pero aprendí a desapegarme y poner límites, aceptar a cada ser y a la vida como es. Mi camino de salida fue la meditación y la filosofía del Raja Yoga”, cuenta Gustavo Bonifacio, profesor de meditación hace 15 años y coordinador en Brahma Kumaris. Gustavo nació y vive en La Plata (Pcia. de Buenos Aires). Divorciado, padre de 2 hijos (27 y 29 años). Jubilado de la Policía y excombatiente de Malvinas. También es trompetista, tuvo 2 grupos. Actualmente, se dedica de lleno a las actividades de Brahma Kumaris. “Vivimos nuestra vida como una autotransformación diaria y de servicio ininterrumpido”, apunta. Paralelamente, se interesa e informa sobre los problemas políticos. “Estoy al tanto, pero trato de ser un factor de influencia y no alguien que está influido por las circunstancias”, dice.

–¿Qué sintió al saber que iría a Malvinas: un deber patriótico, miedo, incertidumbre?

–En ese momento no lo veía como una obligación patriótica; tampoco me lo cuestioné; más bien lo sentía como el destino. No quería ir ni quedarme. Pensaba “que sea lo que Dios quiera”.

–¿Cuánto tiempo sirvió en el Ejército? Se los considera héroes…

–Estaba haciendo el servicio militar obligatorio hacía un año. Cuando empezó la guerra, fuimos los primeros a los que mandaron. Nos llevaron a un regimiento. Cuando volvimos nos tuvieron una semana donde nos cortaron el pelo, nos dieron ropa nueva y teníamos que hablar con un psicólogo a ver cómo nos sentíamos. Nada de héroe; yo sentía que tenían vergüenza de mostrarnos. Como si fuera la suciedad debajo de la alfombra, porque no solucionaban nada, pero nos llevaban limpitos y llenitos, cuando en Malvinas nos tuvieron casi 2 meses sin comer. Eso me dio mucha bronca en ese momento.

–¿Estaba con estrés postraumático diagnosticado?

–Sí, busqué ayuda por todos lados, pero nada me contenía. Antes de la guerra, yo era divertido, inocente, infantil, después me volví lúgubre y depresivo.

–¿Prácticamente, en qué se convirtió ese infierno interior?, ¿no podía conseguir trabajo?

–Trabajo siempre tenía y mis relaciones siempre me ayudaron. Mi rollo pasaba porque sentía que todo lo que habían hecho los militares fue mal hecho. Tenía el deseo de hacer justicia por mano propia; eso creo que fue lo que más me enfermó. Me llenó de rencor y odio.

–¿Cuándo empezó a respirar aire fresco?

–La meditación me lo dio; pero ya habían pasado como 25 años.

–Ya había formado familia. ¿Culpó a Dios, al destino?

–Sí, formé familia, luego vino la bipolaridad de mi hijo. No culpé; mi entendimiento fue diferente, porque sabía un poco más sobre el karma y entendía que Dios no era responsable de ese karma. Aunque a veces me venía el pensamiento como “¿por qué a mí?”. Pero eso tiene más que ver con un estado de no entender cómo funciona y por eso cuestionaba.

–¿Su hijo superó la bipolaridad?

–Hoy él no se curó, pero tiene una vida normal, porque va al médico, toma la meditación y trabaja hace un año. Cosas que nunca logramos que haciera.

–¿Para usted, curarlo era dar todo por él?

–Sabés que yo pensaba que sí. Pero él decía: “No se metan en mi vida”. Hoy me doy cuenta de que esa fue la solución. Aceptar, respetar, poner mis límites, y eso hizo que él se haciera cargo de su vida. Desde ahí empezó a tomar la medicación y a trabajar. Muchas veces, cuando ayudamos, queremos que las cosas sean como nosotros pensamos.

–¿Cómo descubrió esta línea y compromiso espiritual?

–Aparentemente, por casualidad (hoy creo en las causalidades). Una jornada en una casa de retiro que tenía Brahma Kumaris cerca de La Plata.

–¿Cómo se siente hoy, ahora?

–Feliz, en paz, esperanzado, con ganas de vivir. Otra vida.

–Si pudiera, ¿elegiría el mismo camino que hizo, que sufrió?

–Sí, porque todo lo que pasó fue para aprender y para poner a prueba mis capacidades. Hoy lo describo como crecimiento, aprendizaje y fortaleza.

–¿Cuál es la guerra más cruenta para el ser humano?

–La ignorancia espiritual, que es no saber que somos seres amorosos y puros, hijos de la fuente de paz. Y eso nos lleva a vivir la guerra del apego, la avaricia, la arrogancia y el miedo, es decir, el infierno.

–¿Qué enseña o transmite a la gente?

–Principalmente, me gusta enseñarles que la verdad está en ellos y no fuera. Que tienen que volver a la fuente, a conectar con su ser interior a través de la meditación.

–¿Qué le gustaría agregar?

–Que la vida me muestra que la solución a todo es el amor y la paz desde nuestro interior; esto resuelve todos nuestros problemas sociales y personales.

Pero el amor no es amar a uno sí y a otro no. Amor espiritual es vivir, respirar, interactuar, tratarme con amor. Porque a través de la meditación puedo sentir que la energía del amor inspira a otros, abre corazones, disuelve razones. Porque el amor acepta, cuida, tiene misericordia, compasión, es humilde, respeta, contiene, no se impone, acompaña.

Y todo eso no solo ayuda a los otros, sino que también me eleva a mí.

lperalta@abc.com.py

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