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Habiendo encontrado Jesús un burrito, lo montó, como está escrito: “no tengas temor, hija de Sión, mira que tu rey viene a ti montado en un burrito”.
Inauguramos la Semana Santa
La fiesta del Domingo de Ramos recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. Esta incursión correspondería a la última que realiza. Según el evangelio que leamos podemos ver que sube a la Ciudad Santa varias veces. Excepto el evangelio de Marcos que nos recuerda que Jesús ha subido una sola vez a Jerusalén. Entonces, según este evangelista, esta única ida es la que corresponde a su entrada “triunfal”. Sin embargo, el evangelio de Juan nos recuerda que Jesús sube tres veces a Jerusalén y este número tres es simbólico y significa perfección.
Jesús, como buen judío, estaba obligado a subir a Jerusalén a celebrar la pascua. Esta fiesta judía se realizaba en el mes de abril, según nuestro calendario, para celebrar, conmemorar la salida del pueblo de Israel de Egipto, donde vivían en condiciones infrahumanas. La palabra pascua traduce el término hebreo “pesah”, que significa “paso”. Es el paso de la situación de esclavitud hacia la libertad de la búsqueda de una tierra propia. En la persona de Jesús este “paso” significará la transformación de la existencia, existir de un modo nuevo. Justamente en el evangelio de Juan se habla del deseo de Jesús de celebrar este “pesah”, paso.
Centro de poder político y religioso
Así, Jesús se acerca a Jerusalén a celebrar la pascua judía. Pero bien sabía Él que ya había entrado en conflicto con las autoridades religiosas. Son esas autoridades religiosas que no están de acuerdo con el proceder de Jesús que curaba, por ejemplo, en sábado, dando más importancia a la persona que a las reglas religiosas (había prescripción religiosa de reducir actividades en sábado). Sus discípulos ya lo tenían como un referente contrapuesto a estas autoridades y a las de Roma y pretendían que Jesús asumiría su rol de Mesías político que debería expulsar a los romanos de Jerusalén y convertirse en referente político religioso.
Frente a estas pretensiones, de sus discípulos y el concepto que la gente tenía de su mesianismo, es que Jesús hace un gesto inaudito que contradice los títulos que les ponemos a nuestras celebraciones llamándolas “triunfal”.
NO hay ninguna entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Es una entrada humilde. Por eso monta un burrito. Recordando las profecías que hablaban del mesías que vendría montado en un burro. Jesús quiere imponer esta imagen profética del mesías manso y tierno. Prefiere mostrar la imagen de un rey, montado en un burro, que gobierna con humildad, con el corazón.
Los mantos extendidos y las palmas sacudidas (que nos recuerdan casi todos los evangelios) son en ocasión de la misma fiesta pascual de los judíos que acostumbraban traer de Jericó palmas para adornar el entorno del templo. Jesús al sentir ser aclamado, según el evangelio de Juan, montó en un burro. Así, impone la imagen del mesías manso al del mesías político y poderoso.
Traicionado y asesinado por una causa religiosa
En la lectura de la pasión tomada del evangelio de Marcos se nos propone a los protagonistas y las causas de la muerte de Jesús. Vemos, en estas lecturas, la triple entrega (traición): Judas lo entrega, los sumos sacerdotes lo entregaron, Pilatos lo entrega. Así, casi todos los evangelios coinciden en presentar a los diversos protagonistas en su ignorancia de lo que Jesús realmente pretendía. Por eso, Judas lo entrega a los sacerdotes que pretendían juzgarlo y ejecutarlo (pero no podían, Roma les había retirado este “privilegio”) según la ley del Sanedrín. Roma y sus autoridades entraban accidentalmente en la escena cayendo en la trampa de las autoridades del Sanedrín y lo entregan para ser ejecutado.
En la pasión de Marcos se nos recuerda que el sumo sacerdote se rasga las vestiduras al oír que Jesús llama a Dios como su Padre y que estaría sentado a su derecha. Esto indica la razón religiosa de su asesinato. Jesús muere porque nos enseñó una nueva imagen de su Padre, que es un padre (a quien podemos llamar abba, papito) que prefiere el diálogo al sacrificio de los animales (el escándalo del templo); que prefiere buscar al que está perdido y necesitado (la parábola de la oveja perdida).
Y esta nueva imagen reavivada por Jesús, que los profetas ya habían presentado, no les convenía a los representantes oficiales de la religión. Los sumos sacerdotes y otros grupos religiosos preferían mantener la idea de un Dios castigador y legalista porque así les era conveniente para mantener el sistema religioso que habían creado.
La imagen de Dios que nos hemos creado
Hoy hay miles de cristianos que prefieren seguir viendo a Jesús como un todopoderoso, un mesías poderoso, un mesías alejado. Olvidando los gestos de humildad y de cercanía de Jesús que se distinguió siempre por su ternura y proximidad a los despreciados y pecadores: las mujeres maltratadas, los niños y extranjeros despreciados, los campesinos desprotegidos.
También somos miles los cristianos católicos que NO hemos cambiado la imagen de Dios que el catecismo antiguo ha creado en nosotros: un Dios juez y castigador. Jesús ha arriesgado su vida y ha muerto efectivamente en cruz para dejarnos esta herencia, esta lección.
Mucho haremos por nosotros mismos si este Domingo de Ramos aclamamos a nuestro rey humilde y manso que quiere reinar en los corazones sencillos, que ha asumido la cruz para superar toda violencia contra las personas en nombre de Dios y para revelarnos a un Dios amante de la justicia, de la fraternidad y de la paz, cercano a los débiles y desamparados.
Podemos seguir atornillados a una situación religiosa donde, en nombre de Dios, discriminamos y excluimos, como hicieron las autoridades del tiempo de Jesús, a los que piensan diferente, a los que pretenden mostrar un rostro diverso de Dios y así volver a repetir la condena a Jesús.
Soneto “Jesús de Nazaret”
¿Cómo dejarte ser sólo Tú mismo, sin reducirte, sin manipularte? ¿Cómo, creyendo en Ti, no proclamarte igual, mayor, mejor que el Cristianismo? Cosechador de riesgos y de dudas, develador de todos los poderes, tu carne y tu verdad en cruz, desnudas, contradicción y paz, ¡eres quien eres! Jesús de Nazaret, hijo y hermano, viviente en Dios y pan en nuestra mano, camino y compañero de jornada, Libertador total de nuestras vidas que vienes, junto al mar, con la alborada, las brasas y las llagas encendidas.
(Pedro Casaldáliga, El tiempo y la espera)