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Nuestra religiosidad popular es muy sensible a esta fiesta.La Semana Santa
La Semana Santa tiene su inicio con el Domingo de Ramos. También era llamada Semana Mayor o Gran Semana por la tradición cristiana, y era así llamada porque para los cristianos ella tenía ocho días, esto es, también el Domingo de Pascua era contado como parte de ella, de hecho este era llamado el octavo día. Aún más, la grandeza de esta semana proviene también del hecho que en ella se celebran los misterios centrales de la fe cristiana. En ella revivimos aquellos eventos que son la principal fuente de nuestra espiritualidad cristiana.
En esta semana contemplaremos: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (Domingo de Ramos), su unción en Betania (Lunes Santo), el anuncio de la traición de Judas y de las negaciones de Pedro (Martes Santo), la preparación de su celebración de la Pascua (Miércoles Santo), su última cena y lavatorio de los pies, su traición, su entrega, su prisión (Jueves Santo), su juicio, su Pasión, su muerte (Viernes Santo), su descenso al lugar de los muertos (Sábado Santo) y su gloriosa Resurrección (domingo de pascua).
Lo lindo sería que todos los cristianos pudieran aprovechar de estos días para renovarse espiritualmente; para reavivar la llama de la fe donde por cualquier motivo esta esté flaqueando; para reconciliarse profundamente con Dios, con los hermanos y también consigo mismo; para renovar las fuerzas y entregarse con un nuevo vigor en la construcción del Reino de Dios en nuestra tierra.
Una doble tradición
Este primer día de la Semana Santa tiene en los elementos que lo componen una doble tradición. Por una parte aquella de la Iglesia de Jerusalén que en la tardecita del domingo que antecedía la Pascua revivía in loco la entrada mesiánica de Jesús en la Ciudad Santa. Esta procesión no estaba ligada a la misa que ya había sido celebrada en la mañana, sino que concluía con un lucernario en la basílica de la Resurrección. Con el pasar de los años, a causa de los peregrinos, esta celebración empezó a ser imitada también en el Occidente.
La otra tradición era aquella de la Iglesia de Roma que celebraba en este domingo la Pasión del Señor. El texto proclamado era siempre aquel de Mateo, y ya en el siglo X era cantado por tres personas diferentes, para agregar un poco más de dramaticidad al rito. Por muchos siglos la iglesia de Roma no conoció una procesión con ramos.
Es por eso que la celebración de este domingo tiene estos dos centros: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén y su Pasión. La proximidad de estos dos relatos nos pone delante de una intrigante contradicción: un día aclamado y ovacionado y unos días después despreciado y condenado a la muerte.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Al entrar Jesús en Jerusalén recibió una acogida triunfal. La gente le aclamaba como el mesías enviado por Dios para la salvación de Israel. Sin embargo, Jesús no se ilusiona, pues sabe muy bien que las masas son muy inconstantes. Sabe que las muchedumbres que un día te ensalzan, al día siguiente pueden derrumbarte. De hecho, aquellos gritos que, con ramos y con los mantos puestos a tierra, recibían a Jesús como bienvenido, como el enviado de Dios, días más tarde exigían su muerte como malhechor, como criminal.
La fidelidad de Dios y la infidelidad humana
Escuchar en este día la proclamación de la Pasión del Señor hace que nos demos cuenta del contraste entre la fidelidad de Jesús, revelación suprema del amor de Dios, y nuestra infidelidad. Jesús en toda la pasión se mantuvo fiel en hacer la voluntad del Padre, aunque preso, torturado, burlado, abrazó la cruz, fue crucificado, despreciado e insultado, y al final murió como testigo de amor hasta el extremo.
Los hombres, sin embargo, movidos por la envidia, lo entregaron a la muerte; movidos por la codicia, lo vendieron; movidos por la hipocresía, lo traicionaron con un beso; movidos por el miedo, huyeron y lo abandonaron; movidos por la cobardía, lo negaron; movidos por la prepotencia, le pegaron y lo escupieron; movidos por la ingratitud, eligieron a un asesino, prefiriendo dar libertad a un malhechor; motivados por la maldad, lo torturaron y se burlaron de él; motivados por el despecho, lo insultaban sin ningún motivo.
Llama la atención que algunos de estos estaban obstinados en sus acciones desde un principio, como los jefes de los sacerdotes, o los guardias que hicieron con Jesús lo que hacían con todos los que caían en sus manos. Otros fueron llevados por el momento, pues antes hasta tenían buenas intenciones, como Pedro que algunos momentos antes habría dicho que estaba dispuesto a morir por Jesús, pero en el momento de la verdad acabaron actuando de otro modo.
En verdad, la Pasión de Cristo nos revela de lo que somos capaces, aun cuando tenemos buenas intenciones. Creo que todos nosotros, mirando atentamente nuestra historia personal, podemos descubrir que muchas veces ya actuamos motivados por envidia, por hipocresía, por cobardía, por miedo, por prepotencia, con ingratitud, por maldad, o por despecho ... exactamente como aquellos del Evangelio. No nos debe escandalizar lo que hicieron estos hombres 2.000 años atrás, pues en alguna medida, también nosotros lo repetimos en nuestro cotidiano. Nosotros prolongamos cada día la pasión de Cristo. El Jesús sufriente de nuestros días nos denuncia en nuestro mal comportamiento. Cuando lo traicionamos, lo comerciamos, lo abandonamos, lo torturamos, lo insultamos, o nos burlamos de El, El solamente nos mira, como miró hacia Pedro, en la esperanza que también nosotros nos demos cuenta del mal que estamos haciendo, y nos arrepintamos de nuestro pecado.
Nos consuela que Jesús nos amó, y lo hizo hasta el extremo. Ni mismo cuando fue torturado y muerto fue capaz de dejar de amarnos. De hecho en la cruz él aun rezó: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lc. 23, 34). Y sabemos que el Padre siempre ha escuchado la oración de Jesús.
En esta Semana Santa pidamos a Jesús ante todo la gracia de reconocer las situaciones en que concretamente también nosotros hoy continuamos crucificándolo, y que su mirada nos ayude a sinceramente llorar nuestros pecados.
Oración del día:
Dios todopoderoso y eterno que has querido entregarnos como ejemplo de humanidad a Cristo, nuestro salvador, hecho hombre y clavado en una cruz, concédenos vivir según las enseñanzas de su Pasión, para participar con él, un día, de su gloriosa Resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
La Semana Santa tiene su inicio con el Domingo de Ramos. También era llamada Semana Mayor o Gran Semana por la tradición cristiana, y era así llamada porque para los cristianos ella tenía ocho días, esto es, también el Domingo de Pascua era contado como parte de ella, de hecho este era llamado el octavo día. Aún más, la grandeza de esta semana proviene también del hecho que en ella se celebran los misterios centrales de la fe cristiana. En ella revivimos aquellos eventos que son la principal fuente de nuestra espiritualidad cristiana.
En esta semana contemplaremos: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (Domingo de Ramos), su unción en Betania (Lunes Santo), el anuncio de la traición de Judas y de las negaciones de Pedro (Martes Santo), la preparación de su celebración de la Pascua (Miércoles Santo), su última cena y lavatorio de los pies, su traición, su entrega, su prisión (Jueves Santo), su juicio, su Pasión, su muerte (Viernes Santo), su descenso al lugar de los muertos (Sábado Santo) y su gloriosa Resurrección (domingo de pascua).
Lo lindo sería que todos los cristianos pudieran aprovechar de estos días para renovarse espiritualmente; para reavivar la llama de la fe donde por cualquier motivo esta esté flaqueando; para reconciliarse profundamente con Dios, con los hermanos y también consigo mismo; para renovar las fuerzas y entregarse con un nuevo vigor en la construcción del Reino de Dios en nuestra tierra.
Una doble tradición
Este primer día de la Semana Santa tiene en los elementos que lo componen una doble tradición. Por una parte aquella de la Iglesia de Jerusalén que en la tardecita del domingo que antecedía la Pascua revivía in loco la entrada mesiánica de Jesús en la Ciudad Santa. Esta procesión no estaba ligada a la misa que ya había sido celebrada en la mañana, sino que concluía con un lucernario en la basílica de la Resurrección. Con el pasar de los años, a causa de los peregrinos, esta celebración empezó a ser imitada también en el Occidente.
La otra tradición era aquella de la Iglesia de Roma que celebraba en este domingo la Pasión del Señor. El texto proclamado era siempre aquel de Mateo, y ya en el siglo X era cantado por tres personas diferentes, para agregar un poco más de dramaticidad al rito. Por muchos siglos la iglesia de Roma no conoció una procesión con ramos.
Es por eso que la celebración de este domingo tiene estos dos centros: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén y su Pasión. La proximidad de estos dos relatos nos pone delante de una intrigante contradicción: un día aclamado y ovacionado y unos días después despreciado y condenado a la muerte.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Al entrar Jesús en Jerusalén recibió una acogida triunfal. La gente le aclamaba como el mesías enviado por Dios para la salvación de Israel. Sin embargo, Jesús no se ilusiona, pues sabe muy bien que las masas son muy inconstantes. Sabe que las muchedumbres que un día te ensalzan, al día siguiente pueden derrumbarte. De hecho, aquellos gritos que, con ramos y con los mantos puestos a tierra, recibían a Jesús como bienvenido, como el enviado de Dios, días más tarde exigían su muerte como malhechor, como criminal.
La fidelidad de Dios y la infidelidad humana
Escuchar en este día la proclamación de la Pasión del Señor hace que nos demos cuenta del contraste entre la fidelidad de Jesús, revelación suprema del amor de Dios, y nuestra infidelidad. Jesús en toda la pasión se mantuvo fiel en hacer la voluntad del Padre, aunque preso, torturado, burlado, abrazó la cruz, fue crucificado, despreciado e insultado, y al final murió como testigo de amor hasta el extremo.
Los hombres, sin embargo, movidos por la envidia, lo entregaron a la muerte; movidos por la codicia, lo vendieron; movidos por la hipocresía, lo traicionaron con un beso; movidos por el miedo, huyeron y lo abandonaron; movidos por la cobardía, lo negaron; movidos por la prepotencia, le pegaron y lo escupieron; movidos por la ingratitud, eligieron a un asesino, prefiriendo dar libertad a un malhechor; motivados por la maldad, lo torturaron y se burlaron de él; motivados por el despecho, lo insultaban sin ningún motivo.
Llama la atención que algunos de estos estaban obstinados en sus acciones desde un principio, como los jefes de los sacerdotes, o los guardias que hicieron con Jesús lo que hacían con todos los que caían en sus manos. Otros fueron llevados por el momento, pues antes hasta tenían buenas intenciones, como Pedro que algunos momentos antes habría dicho que estaba dispuesto a morir por Jesús, pero en el momento de la verdad acabaron actuando de otro modo.
En verdad, la Pasión de Cristo nos revela de lo que somos capaces, aun cuando tenemos buenas intenciones. Creo que todos nosotros, mirando atentamente nuestra historia personal, podemos descubrir que muchas veces ya actuamos motivados por envidia, por hipocresía, por cobardía, por miedo, por prepotencia, con ingratitud, por maldad, o por despecho ... exactamente como aquellos del Evangelio. No nos debe escandalizar lo que hicieron estos hombres 2.000 años atrás, pues en alguna medida, también nosotros lo repetimos en nuestro cotidiano. Nosotros prolongamos cada día la pasión de Cristo. El Jesús sufriente de nuestros días nos denuncia en nuestro mal comportamiento. Cuando lo traicionamos, lo comerciamos, lo abandonamos, lo torturamos, lo insultamos, o nos burlamos de El, El solamente nos mira, como miró hacia Pedro, en la esperanza que también nosotros nos demos cuenta del mal que estamos haciendo, y nos arrepintamos de nuestro pecado.
Nos consuela que Jesús nos amó, y lo hizo hasta el extremo. Ni mismo cuando fue torturado y muerto fue capaz de dejar de amarnos. De hecho en la cruz él aun rezó: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lc. 23, 34). Y sabemos que el Padre siempre ha escuchado la oración de Jesús.
En esta Semana Santa pidamos a Jesús ante todo la gracia de reconocer las situaciones en que concretamente también nosotros hoy continuamos crucificándolo, y que su mirada nos ayude a sinceramente llorar nuestros pecados.
Oración del día:
Dios todopoderoso y eterno que has querido entregarnos como ejemplo de humanidad a Cristo, nuestro salvador, hecho hombre y clavado en una cruz, concédenos vivir según las enseñanzas de su Pasión, para participar con él, un día, de su gloriosa Resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.