Domingo de Pascua: el triunfo de la luz y de la vida

En la celebración de la vigilia pascual, el templo se adorna con flores blancas, símbolo de la Resurrección. Es la misa de gloria, la más solemne del año. Celebramos el paso de la muerte a la vida, la victoria de nuestro Dios sobre el pecado, sobre las oscuridades. Acontece al iniciar el tercer día de su muerte.

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Se entona el “Gloria” esplendorosamente y se encienden las luces, se celebran los sacramentos de iniciación cristiana del bautismo, confirmación y eucaristía, de personas que hayan hecho la catequesis adecuadamente, como signo de su inserción a la vida cristiana.

Con la celebración de la vigilia pascual (que hemos celebrado anoche), iniciamos el tiempo de Pascua, que se extiende por cincuenta días hasta el día de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, para seguir animando la misión que recibió la Iglesia.

¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?

La pregunta de estos seres espirituales indica que Jesús está vivo, y como está vivo, no se le puede buscar entre los muertos. Siempre fue su objetivo fundamental el paso a la vida eterna, a la felicidad máxima. No podemos permanecer en el dolor, en el sufrimiento, en la muerte sin el paso a la vida.

En la mañana del primer día de la semana (el domingo), las mujeres van rápidamente al sepulcro para ver a su Jesús muerto y que lo puedan ungir con perfumes, pero se sorprenden porque encuentran dicho sepulcro abierto y vacío. Nuevamente encontramos acá a las mujeres que están procurando y buscando a su Señor.

El gesto de cariño de las mujeres que fueron para embalsamar el cuerpo de Jesús se ubica en una realidad conmovedora. Escuchan por primera vez el anuncio gozoso de la Resurrección de Jesús: “Ha resucitado; no está aquí”. Que la tumba esté vacía no da ninguna certeza de que Jesús haya resucitado, pero sí su Resurrección es el motivo de que la tumba esté vacía.

Además, con el anuncio de la Resurrección, las mujeres reciben un mandato de salir a anunciar la buena noticia de que Cristo está vivo, pero ellas estaban llenas de temor y dudas que por un tiempito no se animaron a decir nada.

La Resurrección de Cristo es el inicio de una etapa nueva, llena de colores, de sueños, de proyecciones y alegría.

Es un error ver cómo el final de la tragedia de su Pasión y de su Muerte. En los relatos encontramos unos temas comunes que acompañan la Pasión-Muerte-Resurrección: la incredulidad y la misión. Muchos no creen, y los que crean deben salir a compartir la experiencia, no pueden quedarse callados y no hacer germinar la semilla de la vida en los corazones de tantas personas con corazones fértiles.

El mal ha sido vencido

“¡Alégrate, Cristo ha resucitado! Cristo triunfó sobre la muerte y hoy esto se hace realidad para cada uno de nosotros”. Y para celebrar la intensa alegría de la vida nueva en Cristo, cantamos muy fuerte el “Aleluya” triple y solemne, después de haberla hecho callar durante la Cuaresma. Es un canto de victoria; ni la muerte, ni el pecado ni la tristeza podrán vencer a Cristo ni a quienes le pertenecemos.

¡Jesús resucitó, Aleluya! ¡Alabemos al Señor! Este grito nace de la alegría de los discípulos de Jesús a lo largo de toda la historia. Nunca hubo una noticia que haya generado tanto gozo a toda la humanidad.

Y esto tiene un significado sensacional: que a pesar de que existan tantos dolores, sufrimientos, angustias, tantos males en el mundo y en nuestras vidas, nuestra historia se proyecta destinada al bien, al amor que nace de Dios. Aún es más genial este acontecimiento porque nos enseña que el mal no existirá para siempre, ya que su raíz ha sido arrancada a través de la Resurrección del Señor.

Todos estamos invitados a gozar de la Resurrección de Cristo y a vivir una vida que ya desde ahora es eterna, porque Cristo está vivo y ha triunfado para siempre.

La Resurrección de Jesús es el misterio central de nuestra fe y es un don maravilloso creer en ella. De ahí la gran alegría de los apóstoles que tuvieron la experiencia de las apariciones. Pero solo con fe descubrimos al Señor resucitado.

Es un gran regalo poder vivir en unión con Dios y nuestros seres queridos para siempre. Nos consuela y nos hace reposar profundamente poder experimentar a Jesús glorificado y saber que seremos glorificados con Él. Por ello, tenemos la misión seria y comprometedora, de poder dar testimonio, compartiendo con los demás.

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