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Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. En la persecución de Docleciano, el número de mártires llegó a ser tan grande, que no se podía separar un día para asignárseles. Pero la Iglesia, sintiendo que cada mártir debería ser venerado, señaló un día común para todos.
La primera muestra de ello se remonta a Antioquía en el domingo antes de Pentecostés. También se menciona lo de un día común en un sermón de San Efrén el Sirio (373) y en la homilía de San Juan Crisóstomo (407). Al principio solo los mártires y San Juan Bautista eran honrados por un día especial. Otros santos se fueran asignando gradualmente, y se incrementó cuando el proceso regular de canonización fue establecido; aún a principios del 411 había en el calendario caldeano una "Commemoratio Confessorum" para el viernes de los orientales. En Occidente, Bonifacio IV, 13 de mayo, 609, o 610, consagró el Panteón en Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires y le dio un aniversario. Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y arregló el aniversario para el 1 de noviembre.
La Basílica de los Apóstoles que ya existía en Roma, ahora su dedicación sería recordada anualmente el 1 de mayo. Gregorio IV (827-844) extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia. La vigilia parece haber sido llevada a cabo antes que la misma fiesta. La octava fue adicionada por Sixto IV (1471-84).
En nuestro país, en este día y mañana se acostumbra visitar a los seres queridos que han pasado a la eternidad. La presencia en los cementerios es masiva. Los parientes y seres queridos elevarán sus plegarias a los difuntos, en la creencia de que ya están gozando de la presencia de Dios. La oración, como es propia en nuestra religiosidad popular, siempre es aprovechada para implorar la protección divina para los que aún vivimos en la tierra.