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Estimados Melchor, Gaspar y Baltasar:
Siempre los quise mucho. Y en mi corazón viven siempre.
Los adoraba más aún de niña, y sobre todo, los aguardaba con indescriptibles ansias desde finales de diciembre.
Y en la noche del cinco de enero... la cosa se ponía brava.
Casi no podía cerrar los ojos.
Me costaba demasiado quedarme dormida, y aguardarlos hasta el día siguiente. Era una “tortura” lograr que esas horas transcurrieran con fluidez. ¿Jamás les pasó?
¿Agua fresca, pasto bien verde y tierno? Siempre estuvieron dispuestos, con la ayuda –claro– de mamá (Gladys, cariñosamente QK –seguro la recuerdan–).
¿Zapatos bien lustrados, sandalias requete blancas? ¡En su lugar! lo más cerca posible de la ventana, por supuesto.
¿Me porté bien?
Y..., procuré...
La libreta de calificaciones no era de puro cincos... –realmente dieces en aquellas épocas–, pero había varios ochos y nueves... Quizá de tanto en tanto algún siete, y hasta un seis.
La noche de cada 5 de enero se ponía cada vez más complicada.
Me sobrevenía un tremendo insomnio de ansiedad, hasta que por fin...
¡Los vi! ¡Sí, los vi! ¡A ustedes!
¡Y estaban tan lindos y elegantes con sus hermosos trajes! Aunque les diré que me pareció eran un poco abrigados para estar en Luque, dado que siempre realizan sus visitas en verano, por estos lares planetarios.
Esa mañana desperté más que feliz, y corrí a contarle a mamá.
“¡Mamá! ¡Vi a los Reyes Magos!”.
Extrañada, asombrada –y hasta si se quiere muy muy muy preocupada– mamá me dijo: –¿Viste a los Reyes Magos?”.
“¡Sí! ¡Los vi! ¡Y me dejaron regalos! ¡Mirá!”, y le mostré los obsequios al pie de mi cama.
Contentísima, ella me abrazó, y luego juntas abrimos las ofrendas entregadas por ustedes, los Magos de Oriente.
Y llegó aquel cinco de enero en cuestión.
Ahhh.
Olvidé contarles que cada cinco de enero es el cumpleaños de mi prima Neiny.
Sus papás le organizaron un hermoso cumpleaños. Ella estaba muy linda y coqueta, con el pelo largo, ligeramente ondulado, grueso y abundante.
Nos divertimos tanto con la prima, que ella me invitó a quedarme a dormir, para seguir jugando hasta más tarde.
“¡Dale, dale!”, fue mi respuesta.
“¡Mami, mami! ¿Me puedo quedar a dormir? ¡Vamos a seguir jugando!”.
La verdad no entendí muy bien por qué mamá creyó preferible que no me quedara.
Bueno. Finalmente cedió a mi amplia insistencia, y me quedé.
Jugamos –en serio– con cada uno de los juguetes que recibió Neiny por su cumpleaños.
Y..., a eso de las 23:00, ella y su hermano Charly me dicen: “¡Vamos a revisar los regalos de Reyes Magos! ¡Vamos, vamooooos!!”
“¿Quéee?” respondí con ojos desorbitados.
“¿Cómooo? Perooo... los Reyes Magos nos dejan los obsequios mientras dormimos. ¿Acaso no saben eso? Esperan que les dejemos agua para refrescarse, y pasto para alimentarse, que nos quedemos bien bien dormiditos, y despuéeeeees recién ponen sus sorpresas. ¿Cómo van ustedes a ver sus regalos ya ahora?” –les dije nerviosa, con los brazos “en jarra” y rostro refunfuñón.
“Veníii, que ya están allá, sobre la meeesaaa...”, dijeron por toda respuesta, y me tomaron del brazo, casi arrastrándome hasta la habitación en cuestión.
Y –para mi gran sorpresa– efectivamente ahí estaban sus regalos.
Reyes. Si me conocen un poquito sabrán que al toque comencé a llorar sin consuelo.
No entendí qué pasaba.
Y los llantos despertaron a los tíos.
Al menos a tía Oli, quien intentó consolarme.
Intentó, aunque no lo logró...
Y amaneció ese casi fatídico 6 de enero.
Desencantada, desilusionada, y encima.., sin regalo...
“¡Qué pasa acá!
¿Me engañaron?
¿Me mintieron?
Y las lágrimas eran incontrolables.
Interminables.
Hasta que llegó Qkita, y me informó que los Reyes Magos fueron a casa, a Luque.
Colocaron –obvio– un regalo al pie de mi cama.
Pero nunca me cuadró esa historia medio rara.
¿Por qué Neiny y Charly ya recibieron sus regalos el 5 de enero?
Y encima sabían que ya estarían sobre la mesa en ese cuarto y a esa hora...
Qué incógnita más extraña.
Me atormentó ese suceso y quedó como un gran signo de interrogación en mi mente...
Hasta este martes último, cuando con todas las primas festejamos –precisamente– el cumpleaños de Neiny, y de forma adelantada, el de Carolina.
Y fue ahí cuando lo supe. Entre charla y charla, en medio del barullo de cantos y bailes, hamburguesas, papas fritas y helados, Neiny contó que nunca nunca nunca pudo sorprenderse con los regalos, porque siempre los recibía al menos entre dos a tres días antes.
Incluso aquellos de cumpleaños, y por supuesto, también aquellos de Reyes.
“¡Claro!”, entendí al fin.
Imagínense Reyes, cuántos años pasaron para lograr desvelar tal incógnita.
Ellos recibieron sus regalos la noche anterior, porque Neiny siempre recibía antes sus regalos de cumpleaños.
Y ustedes –que son Magos–no podían romper con esa tradición.
cmedina@abc.com.py