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Esta ceremonia exalta la presencia del Cristo en el pan y el vino consagrado.
UN POCO DE HISTORIA
A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un movimiento eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el obispo Alberto de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la exposición y bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la misa y la fiesta del Corpus Christi.
Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica, en 1193.
Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.
Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde papa Urbano IV.
El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; al mismo tiempo el Papa ordenó que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.
El Santo Padre movido por el prodigio y a petición de varios obispos hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 setiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo, estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.
UN POCO DE HISTORIA
A fines del siglo XIII surgió en Lieja, Bélgica, un movimiento eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el obispo Alberto de Lieja. Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la exposición y bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la misa y la fiesta del Corpus Christi.
Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquellos años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica, en 1193.
Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.
Juliana comunicó estas apariciones a Mons. Roberto de Thorete, el entonces obispo de Lieja, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos y a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Lieja, más tarde papa Urbano IV.
El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; al mismo tiempo el Papa ordenó que un monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.
El Santo Padre movido por el prodigio y a petición de varios obispos hace que se extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 setiembre del mismo año, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo, estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes a partir del siglo XIV.