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El oficio es una declaración de guerra. Hay que pasar estrechos pasillos y esquivar puestos de venta que están saturados por unas diez mil personas que visitan diariamente el mercado.
El grito es la herramienta más utilizada. “Lo más difícil es pasar entre la gente, tenés que ir gritando”, mencionó Delgado, quien vive en San Lorenzo y se levanta a las cuatro de la mañana para venir a trabajar.
Nuestro plural uso del enfado hace que las mercaderas y los mismos clientes respondan con insultos a los reclamos del carretillero, ese hombre que vive en perpetuo estado parlante. Ningún carretillero sobrevive en silencio. Lejos de la fama de ser buenos con los puños, en la realidad, son vencidos por las necesidades más básicas: llevar lo necesario para comprar el pan de cada día, los cuadernos para los hijos, la ropa nueva para las fiestas de fin de año. “A veces me desespero, no es un trabajo seguro”, dijo Roberto Jiménez, que por falta de opciones laborales, empuja una carretilla desde hace diez años.
Invisibles
Mientras unas 250.000 personas acudieron al cine para ver la historia de un carretillero, en la realidad un carretillero solo llega a tener cinco clientes por jornada. “Está más jodido ahora, a veces solamente salvamos nuestro pasaje y la comida”, relató Isidro Alonso, quien trabaja como carretillero hace 40 años.
A su alrededor las vendedoras ofrecen sus productos, mientras el olor a comida, a plástico y a basura, invaden las narices. De las 350 personas que trabajan en este oficio, solo 200 están censadas.
Según Máximo Ozuna, director del Mercado 4, los carretilleros representan un drama social porque nunca pueden elevar su condición de vida. El mismo comentó que existe una cooperativa en el mercado, pero los carretilleros no pueden acceder a créditos porque ninguno de ellos paga el canon diario de G. 1.090.
“Lo que buscamos es formalizarlos, para que sean permisionarios del mercado y puedan acceder a más ventajas y beneficios”, dijo.
El mercado tiene doce hectáreas, donde se puede falsificar cualquier cosa, menos el peso de la mercadería. “El secreto está en que tenés que comer bien, si venís en ayunas te puede hacer mal.
Algunos comerciantes te cargan tanto que no podés ni ver el camino”, sentenció Jiménez.
El cambio más visible en la vida de los carretilleros no fue en su nivel de vida sino en su carretilla. Ya no se usan las de madera, sino las de hierro. Mientras la vida va pasando, tanto Juan como Roberto e Isidro sostienen que la pobreza sigue siendo la carga más pesada que les toca llevar.
jorge.lombardo@abc.com.py