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Al margen de los corsos y comparsas el carnaval de antaño que se vivía en Asunción lo protagonizaban bullangueros jóvenes y niños que se adueñaban de las calurosas siestas del verano. Eran los días previos al Miércoles de Ceniza que marcaba el inicio de la Cuaresma.
Cualquier transeúnte que caminaba por las polvorientas calles o se trasladaba en vehículos podía ser objeto de proyectiles de globitos de agua. Quien más quien menos aprendió a cargarlos en su infancia con cañitos de la hoja del mamón o con una bombilla. Debían ser inflados y llenados a tope, en su punto exacto, como para que no golpearan al impactar y que se rompieran fácilmente liberando el contenido.
Los varones se lanzaban contra las mujeres y estas perseguían a sus victimarios para retribuirles con un baldazo o un latonazo. Si era el agua jabonosa en el que se lavaba la ropa, cuanto más sabroso era el “desquite”. La reciprocidad para el juego era una norma tácita.
Muchas veces las chicas tomaban la iniciativa. En 1975 “cuando se dirigía al estadio de Tuyucuá para el encuentro deportivo con General Caballero, a Pedro Fleitas lo tomaron desprevenido tres chicas que jugaban al carnaval y le dieron un par de baldazos de agua. Por eso, apenas llegó a la cancha, tuvo que sacarse las ropas y colgarlas a espera de que se secaran” (ABC del 11 de febrero de 1975).
En los corsos
El juego de globitos se trasladaba a los corsos asuncenos que se realizaban sobre la Avda. Mariscal López o la calle Palma en las décadas del siglo pasado. Muchas carrozas eran saludadas con los globitos y las reinas terminaban empapadas.
Así surgió el edicto número 1 de la Policía de la Capital para los corsos de 1984 que tenían por escenario la Avda. Mariscal López. Decía que “los juegos de agua estarán permitidos de 12:00 a 16:00, debiendo circunscribirse solamente entre las personas que voluntariamente tomen parte del mismo. El agua debe llenar condiciones de higiene necesarias (...)”.
La prohibición también era a los efectos de evitar arrojar agua contra las carrozas, comparsas, atuendos y adornos que se echaban a perder con el impacto.
Sin embargo, los excesos y la violencia fueron convirtiendo al juego en un peligro. Las crónicas de cada año reportaban varios lesionados por el lanzamiento de globitos de agua contra las personas y las unidades del transporte público, pues por las ventanillas abiertas impactaban en el rostro.
No pocas veces los vidrios se rompían, causando heridas al conductor o pasajero.
Con el auge de las patotas en los noventa el “inocente” juego de globitos adquirió mala fama y triste memoria cuando un joven murió al defender a su hermana y a su madre del ataque de una pandilla que les lanzó estos proyectiles de agua en el barrio Roberto L. Petit (ABC del 19 de febrero de 1996).
El famoso “caso globito” consternó a la población y desterró el juego.
Travesuras que no tenían gracia
“Las fiestas de carnaval permiten, sin duda, la liberación de un cierto tipo de humor, pero de ninguna manera podría pretenderse que ellas cobijasen actos como el que registra la foto. La pobre mujer salida de su casa, rumbo al trabajo, se vio de pronto acosada por esos niños que le arrojaron baldazos de agua y globos arrojadizos dejándola, como es de suponer, inutilizada para seguir su camino. Agresiones de este tipo a transeúntes que de ninguna manera participan del juego de las ‘rociadas’ descubren una deplorable mala educación y deberían ser, por parte de los padres de familia, reprimidos severa y eficazmente”, decía ABC Color en la sección “El hecho en foto”, edición del 21 de febrero de 1972.
¿Por qué el agua?
La utilización del agua para el chapuzón de los carnavales se pierde en la antigüedad y no se sabe a ciencia cierta dónde y cuándo se habría originado.
No obstante, las civilizaciones precolombinas de los Andes, especialmente en Ecuador y Perú, reivindican como propios la presencia del agua en las celebraciones de sus carnavales. De acuerdo con datos hallados en internet, la época de siembra comenzaba en diciembre y, como el carnaval acontecía en febrero, coincidía con la etapa del primer deshierbe. Los nativos y campesinos, de este modo, pedían a sus dioses que les enviaran lluvias y abundancia dándose ellos el chapuzón. Con la difusión de las culturas la costumbre habría llegado a estos lares hasta popularizarse.
Una práctica extinguida en los carnavales asuncenos de 1912 aproximadamente son los “cheolos” que menciona Carlos Zubizarreta en sus Acuarelas Paraguayas.
pgomez@abc.com.py