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Los humanos, al igual que la mayoría de los animales, tenemos una respuesta innata y automática frente a la amenaza, la incertidumbre, la inseguridad y a todo el espectro de situaciones que despierta distintos niveles de amenaza. Esta es una compleja respuesta del organismo diseñada para defender nuestra vida en el caso de una amenaza vital, y que también se utiliza para adaptarse a diversas situaciones de cambio.
Nuestro cuerpo responde secretando neurotransmisores como la serotonina y noradrenalina que generan una respuesta a nivel conductual de ataque o de huida frente al peligro.
Mirar con perspectiva
A nivel emocional aparece la ansiedad, que en sus diferentes grados puede ir desde una sensación leve de inseguridad hasta el pánico. A nivel cognitivo el cerebro también se prepara para funcionar en modo ataque o huida, disminuyendo ciertas capacidades que no son útiles en caso de emergencia, como la función analítica; mirar con perspectiva las situaciones, distintas alternativas. En nuestra cabeza todo pasa a ser blanco o negro, bueno o malo; también disminuye nuestra capacidad de planificar y proyectar.
Todos estos cambios a nivel cognitivo generan que una persona inteligente y preparada esté funcionando con bajos recursos intelectuales debido al estrés. A nivel orgánico nuestro cuerpo sufre cambios importantes, la sangre se va a las extremidades retirándose del aparato digestivo, de ahí la variada gama de trastornos digestivos que suceden cuando estamos bajo estrés. Nuestra respiración se acelera, las pupilas se dilatan, etc. Todos estos cambios aparecen en mayor o menor medida dependiendo de múltiples factores.
La diferencia en la respuesta que cada persona genera frente al estrés está programada genéticamente, en un alto grado está constitucionalmente determinada. También las experiencias vitales modelan la manera de afrontar situaciones. Por lo que el aprendizaje infantil y los modelos vinculares aprendidos en la infancia tienen un peso central en estos cuadros. Las experiencias vitales son importantes también porque son las que activan las crisis, el aumento de responsabilidades o demandas, situaciones conflictivas que se cronifican, etc. Como se puede observar, es un cuadro en el que se entrecruzan diferentes variables, todas con un peso no menor.
La primera crisis
Una vez que se dispara la primera crisis marca un antes y un después en la vida de las personas y las cosas ya no vuelven a ser como antes. La vida comienza a girar en torno a evitar la situación de pánico, por lo que comienza a centrar su atención en los signos o señales que le adviertan si vendrá otra crisis, cualquier síntoma físico se convierte en una amenaza, volver a una situación igual o parecida a la que me encontraba cuando me sucedió el primer ataque es impensable, por lo que se evita concurrir a determinados lugares o situaciones.
Comienzan las conductas evitativas que reducen la posibilidad de riesgo a grado cero y se vive en continua tensión y alarma. Es por estas conductas evitativas que sus vidas se ven seriamente afectadas y comienzan a tener dificultades en el desplazamiento, muchos se encuentran limitados a vivir confinados en sus casas o a desplazarse en un radio no mayor a determinada cantidad de cuadras ya que si fueran más lejos no se sentirían seguros. Vivir de este modo corroe las relaciones sociales, laborales y familiares.
El tratamiento que da mejores resultados es específico con técnicas cognitivo-comportamentales e integrado a una terapéutica psicofarmacológica. Es un trastorno que ha sido muy estudiado a nivel mundial.
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