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A la mañana, para ir a su trabajo, Ariel debe tomar la Línea 28. Según leyes sobre personas con discapacidad, ni el ciego ni su acompañante deben pagar el pasaje, sin embargo, esto casi nunca se cumple, comentó. Al bajar del bus empieza la odisea de caminar sin caerse en los cientos de hoyos que hay en senderos, puentes y asfalto.
Uno de los problemas más graves es la falta de veredas, que los obliga a bajarse a la calle, en donde deben caminar muy cerca de los autos. Otras veces, en estas se encuentran mangueras, materiales de construcción o artículos en venta, que los hace tropezar y hasta caer al suelo. “Los más inconscientes son los automovilistas que estacionan en las veredas cerrándolas totalmente o los que tienen playas de autos”, explicó.
Por otro lado, resulta casi imposible ir por el microcentro sin resultar mojado, puesto que hay demasiadas pérdidas de agua en las calles, según Ruiz Díaz. Habló sobre la importancia de la solidaridad de la gente, que vuelve a dar esperanza a las personas con discapacidad para lograr movilizarse y llegar así a su trabajo o lugar de estudio.
De modo a observar la reacción de los ciudadanos Ariel quedó solo en la esquina de Molas López y Aviadores con la intención de cruzar la calle. No pasaron dos minutos para que un motociclista saliera de su trayecto y bajara de su móvil a ayudarlo.
Ruiz Díaz, finalmente, cuestionó la falta de educación en las instituciones sobre cómo tratar y poder ayudar a las personas con discapacidad. Además, señaló que Paraguay está muy lejos de ser inclusivo, ya que casi ni existen libros en braille ni los reglamentos de las instituciones se encuentran traducidos a este sistema. Asimismo, aseveró que es muy difícil el acceso a la educación universitaria.