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Los seres humanos solemos definirnos en nuestros valores, ideales y creencias que conducen a nuestro accionar. Desde allí nos relacionamos con los demás, damos y recibimos en el intercambio social. Pactamos acuerdos explícitos e implícitos y desde allí llamamos a algún amigo, colega, compañero de trabajo, jefe, vecino, hermano, primo, cuñado, suegro, esposo/a, madre, padre, hijo. En este suceder de roles en los que a veces ocupamos uno, a veces otro y siempre con relación a otro que define, la vida va siendo vivida.
La vida va siendo construida y nuestro tiempo transcurre en un devenir de quehaceres y emociones. Ahora todos sabemos que los momentos buenos se celebran y disfrutan, y ¿qué hay de los otros? ¿Qué sucede cuando por alguna razón me siento ofendido? ¿Qué hago con el dolor que muchas veces se transforma en enojo o furia porque aquella persona de la que esperaba algo me defrauda?
¿Cuando ese otro me frustra en lo que yo creo que debería ser su accionar? ¿Cuando me quedo herido por el comentario mordaz, el desaire o la estafa? Lidiar con la frustración de que el otro no sea lo que yo esperaba puede llevarnos desde un estado de molestia hasta un profundo dolor que nos sumerge en la desolación y el rencor con ansias destructivas.
Todos sabemos la marga que puede ser la hiel del odio y lo salvajes que pueden ser nuestros pensamientos rencorosos y resentidos. Hasta el más manso de los mortales comprende el sufrimiento por el que atraviesa el alma de un engañado, estafado o defraudado. Ahora, ¿cómo podemos ayudarnos a transitar el odio en un sentimiento más constructivo? Ya que seguir instalados en el enojo, la ira o el rencor no solo destruye una relación que puede ya no estar en nuestro presente sino que nos enferma el alma y el cuerpo.
Uno de los caminos, luego de haber reconocido el daño, la herida y al otro en su dimensión humana y limitada, es tratar de entender las circunstancias por las que hizo lo que hizo, lo más completo posible, si actuó bajo presión, si estaba enfermo (adicto, compulsivo, sádico, etc.) y a partir de allí iniciar el camino de la compasión, allí donde el otro, yo y todos los otros somos seres de luces y sombras.
Somos seres con valores diferentes, gobernados por las miserias y los miedos. Integrar los pecados capitales, la gula, la ira, la codicia, la lujuria, la soberbia, la envidia y la pereza como parte de lo que nos representa y aquello con lo que todos debemos evolucionar en distintos momentos de nuestra vida.
Recuperar la empatía humana con ese otro y recorrer el camino del perdón aunque hayamos decidido que esa persona no esté más en nuestra vida. No se trata de continuar con una relación si se ha tornado tóxica. De lo que se trata es de recuperar la dimensión del amor dentro de nosotros. Aprender a perdonar es soltar a ese otro y a sus acciones. Es despegarme y volver a centrarme en mí. Volver a confiar en que todo cambia, todo pasa y en que no puedo controlar lo que los otros hacen, pero si puedo elegir algo de lo que sucede en mi vida. Para superar los enojos es importante reencontrarse con los propios límites y concientizarnos que nosotros también hemos herido a otro aún sin hacer nada, a veces solo por estar allí ocupando determinado lugar. Finalmente, la envidia también causa dolor y todos tenemos algo que alguien nos puede envidiar ¿o no? Por eso, compresión y compasión propia y de los demás. (Fuente: Lic. Mirta Dall´Occhio, directora de Hémera Centro de estudios del estrés y la ansiedad - www.hemera.com.ar).