Amar como Jesús amó…

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Aquel que nos amó hasta el extremo, quiso contagiarnos para que podamos también nosotros amar hasta las últimas consecuencias, y así alcanzar la plenitud de nuestra vida. La propuesta de Cristo es un cambio radical en el modo de pensar y de actuar. El tiene un modo muy concreto de hablar del amor: amen como yo los he amado. El no nos habla de una idea, sino de su vivencia. El es el modelo para todos aquellos que quieren amar de verdad.   

Su amor por nosotros, vivido en la más profunda entrega, manifiesta el ridículo, o al menos la pequeñez, de tantas propuestas de amor que nos hace el mundo de hoy, como el sexo, las amistades superficiales, o hasta ciertos noviazgos y matrimonios, que confunden el simple placer individual y egoísta con la palabra amor.   

En el lenguaje de Cristo, amar es ser movido de un sentimiento tan fuerte hacia la persona amada, que hace con que uno busque de todos los modos hacerla feliz, aunque esto exija sacrificios personales. En Cristo, el deseo de servicio a la persona amada hace con que no se midan esfuerzos y hasta las dificultades son motivo de alegría. Pues estos sacrificios, aunque grandes, envueltos en la atmósfera del amor, se transforman en gozo y realización a aquel que los realiza. Y son las pruebas más genuinas de la grandeza del amor.   

Para los cristianos "amar es dar la vida" ("Nadie tiene un amor mayor que aquel que da la vida por sus amigos"). Naturalmente el Señor nos llama a vivir este amor. Así debe ser nuestro amor hacia nuestros padres, hacia la esposa o el marido, hacia los hijos, también hacia los amigos. Un amor sincero, fiel, profundo, entregado y gratuito. El desafío más grande de quien ama es hacer feliz al ser amado. La dirección de este amor jamás puede ser hacia nosotros mismos.   

Aun más, el círculo de los familiares y de los amigos es un universo de amor que podríamos llamar de un amor natural. Sin dudas, Jesús nos invita a vivirlo profundamente, pero él nos desafía a algo aun más noble y radical. Nos desafía a un amor sobrenatural.   

En primer lugar nos desafía a amarLo. El es verdaderamente el Otro, aquel que nos amó primero. El es Amor y nada más. Nuestro gran desafío es reconocer la acción de Dios en la historia de la humanidad y en nuestra propia vida. Para llegar a entender este amor-Dios, debemos tener experiencias concretas de amor, debemos saber usar el corazón, pues a Dios no podemos entenderLo solo con la razón, ya que él es Amor. Y como nos dice san Juan: "El amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor." (1 Jn 4, 7-8)   

Esto es muy interesante, pues de la imperfección de nuestro amor humano, podemos vislumbrar el amor perfecto. Por otra parte, es cierto también que conociendo el inmenso amor de Dios, purificaremos nuestro propio amor y seremos impulsados a amar mucho más.   

Aquí nace el segundo gran desafío: amar hasta a los enemigos, amar al desconocido, amar al pobre, amar al pecador, al mezquino, al de otra raza, al de otra cultura u otra religión, en fin amar a todos aquellos a quienes Dios ama, aunque nos cueste mucho. Pues si amo a Dios verdaderamente y si Lo amo más que a todo, entonces con profunda alegría en el corazón haré todo lo que yo sé, que a El le gusta. Pues si mi amor, mi entrega y donación es destinada solo a aquellos a quienes naturalmente me nace de hacerlo, entonces soy aun igual a los paganos. Aun no conocí al Dios de Jesucristo. Aun no nací de Dios.   

Oración del día  

Dios nuestro, que nos has reunido para celebrar aquella cena en la cual tu Hijo único, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno, sacramento de su amor, concédenos alcanzar por la participación en este sacramento la plenitud del amor y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
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