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Don Colmán llegó a la vivienda ubicada en Azara casi Mariscal Estigarribia, zona céntrica de San Lorenzo, pasado el mediodía y tocó el timbre con insistencia, pero solo el perro lo recibió.
Pese a que la familia era numerosa, nadie salió a recibirlo. Como el portón estaba llaveado, buscó información con un vecino del lugar, Ricardo Sanabria.
“‘¿No sabés qué pasó de mi gente? Toco el timbre y no sale nadie de ellos’, me dijo el papá de la señora. Le dije que hacía días que no los veía. Solo estaba el perro que ladraba y ladraba hacia el fondo”, recordó Sanabria.
Ante esta situación, don Colmán decidió traspasar el portón. El desorden que encontró dentro de la vivienda presagiaba malas noticias.
“Desastre estaba la casa. Todas las cosas estaban revueltas, tiradas por todos lados, ropas esparcidas, cajones abiertos, seguramente buscaban dinero o algo de valor”, indicó el vecino.
Para ese entonces ya acompañaba a don Colmán uno de los hijos del primer matrimonio de Almirón, Ramón Almirón. La Policía fue avisada y durante la inspección al lugar, alertados por los insistentes ladridos de la mascota, encontraron en el fondo una carpa en el suelo, debajo de la cual había trozos de madera que cubrían la tierra removida.
El olor nauseabundo que se adueñó del lugar ni bien se dieron las primeras paladas vaticinó el cruel desenlace que habría sufrido la familia. “Ni bien empezó a cavar, el olor agarró todo la cuadra, era demasiado fuerte. ¡Impresionante!”, recuerda Sanabria.
Horror. Espanto. Todas estas sensaciones se apoderaron no solo de don Colmán y de Almirón, sino de toda la ciudadanía, a medida que desenterraban cada uno de los seis cuerpos de los miembros de la infortunada familia, de la fosa común de unos dos metros, cavada en el fondo de su propio patio.
Venganza por una venta frustrada de drogas fue la versión que con más fuerza se impuso en la época, pero nada se comprobó.
“Nunca vi ese expediente. Para nosotros, es un caso cerrado”, resumió Ramón Almirón, al explicar la decisión que adoptó con su hermano Ricardo, de dejar todo en manos de Dios y de la Justicia.
Vecinos nada escucharon
Ricardo Sanabria, vecino de San Lorenzo, recuerda como si fuera ayer el día del luctuoso hallazgo, que tuvo lugar el 9 de abril del 2001.
De acuerdo a las estimaciones de los forenses intervinientes, el crimen se produjo en la noche del viernes. Sanabria señala que ni él ni nadie de su familia escuchó ruido alguno ese día, porque además de que hubo una lluvia torrencial, había música en su casa porque la familia estaba reunida festejando el cumpleaños de su esposa.
El vecino también recuerda que tras conocerse la tragedia, la casa quedó desocupada por mucho tiempo y la gente hasta tenía temor de pasar por la vereda. Luego una funeraria adquirió el inmueble.
“La gente tenía muchísimo miedo, no querían pasar frente a la casa. Se bajaban de la vereda o cruzaban directamente cuando llegaba ahí”, recordó.
abenitez@abc.com.py rferre@abc.com.py Fotos: Carlos Shattebeck y Juan Ramón Ávila