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Al fracasar el apresamiento del Gral. Alfredo Stroessner en el “Plan Ñata” el golpe quedaba totalmente descubierto. Entonces, el Gral. Andrés Rodríguez, desesperado, llega al Regimiento de Caballería (RC3) a eso de las 9:30 de la noche y grita a Oviedo: Vaya y salve el honor. “Digo que la formación y preparación del RC3 fueron providenciales, porque si nosotros hubiésemos estado desequipados, cada uno en su villa esperando la hora prevista para el golpe (las 3 de la madrugada del 3 de febrero), no se hubiera concretado. Gracias al fracaso de ese operativo Ñata y la formación de la tropa fue posible que a los cinco minutos de haber recibido Oviedo la orden de Rodríguez, pudiéramos responder en forma rápida”, afirma Solalinde.
A las 09:30 tenían seis horas a favor. Si esperaban a las 03:00 solo les quedaban dos horas antes del amanecer.
Oviedo imparte una serie de órdenes a Solalinde, quien subió a un Jeep y empezaron la misión: “Salimos hacia el frente de la Caballería por Madame Lynch, seguimos por Aviadores del Chaco, luego España y General Santos. Algunos tanques incluso se perdieron y fueron derecho por Madame Lynch. Para las 10 de la noche ya estábamos disparando en el Estado Mayor”.
El militar retirado recuerda que eran 14 tanques Urutú del RC3, de calibre pequeño con orugas. Los del RC2 son los Cascaveles con tanquetas grandes y neumáticos.
“Cuando llegamos al Estado Mayor con Oviedo y su ayudante en el Jeep incluso hallamos que algunos tanques se habían adelantado. Nosotros dejamos el vehículo frente a la Escuela de Educación Física de las FF.AA. y seguimos a pie. Oviedo también estaba armado como todos los demás soldados, con su fusil M16, cartucheras y granada de mano. Al llegar nos encontramos con uno de esos camiones con asientos en forma transversal y en él unos ocho soldados muertos, que se habían encontrado con uno de los tanques y se batieron con ametralladoras. Dicen que ese camión estaba saliendo del Escolta para ir a reforzar el Palacio de López, pero murieron todos sus ocupantes. Por cierto, no eran balas de fogueo”, relata.
–¿Cuántos muertos hubo durante el golpe?
–Yo quiero respetar la cifra oficial que habla de 41, pero me da la impresión de que hubo más –responde Solalinde y cuenta las razones: A las 01:30 de la madrugada del día 3, por orden del Gral. Rodríguez, yo llevé al jefe del Estado Mayor, Gral. Alejandro Fretes Dávalos, y a su ayudante, el Cnel. Catalino González Rojas, a la Caballería. Para cumplir tuve que bajar otros ocho cadáveres de una ambulancia en el momento más candente del enfrentamiento. También iba con nosotros un soldado herido del Escolta y otro de la Caballería. Yo fui apuntándole al chofer para que no desviara hacia el Escolta y le advertí que si no me llevaba a la Caballería, le tenía que volar la cabeza.
–¿Cómo pudieron salir en medio de la balacera?
–Porque la ambulancia se respeta. Yo estaba empapado en sangre al bajar los cadáveres y al alzarles a los dos heridos. Después de esa misión volví al Escolta, cuando ya encontré a Stroessner en el vehículo, preso.
–¿Cómo vio Ud. al dictador?
–Estaba relativamente tranquilo acompañado de su hijo Gustavo, que era un coronel dos años más antiguo que yo. Me saludó como un civil diciéndome: “Hola” y también le respondí de la misma forma. Estaban también su esposa Pachi Heikel y su hermana Graciela. Todos en el famoso vehículo negro. Eso era alrededor de las 04:00 de la madrugada. Se les trató con mucho respeto. El Cnel. Oviedo subió al vehículo y fueron a la Caballería. Esos detalles, como la granada de Oviedo, no me fijé. Para mí no tiene mucha trascendencia.
–¿A qué hora terminó todo?
–Cuando Oviedo fue a la Caballería con Stroessner, yo me quedé con unos superiores y a las 08:00 de la mañana seguíamos allí. Venían ambulancias para llevar los cadáveres y se hacía la limpieza. También había vehículos de ANDE para reparar el cableado. En eso, regresa Oviedo y me pide recorrer el Escolta. Entramos dentro y fuimos hasta la comandancia del Gral. Francisco Ruiz Díaz, que era bien pituco, porque encontramos incluso perfumes. Había una bala de cañón del Cascavel que no explotó metido en la pared de su despacho. Luego fuimos a recorrer una cuadra donde estaban los soldados que llamábamos agregados, eran todavía civiles a punto de convertirse en reclutas. El sector estaba totalmente destechado y vinieron los soldados a presentarse. Estaban como aéreos, como en otra dimensión. Imagínense que estaban allí en un infierno porque el Escolta fue cañoneado con tanques, fue bombardeado con morteros, con ametralladoras, con todo tipo de armas. Un infierno fue allí dentro. Una guerra. Por eso, aclaro que no fueron balas de fogueo, para reivindicar la historia y el honor.
Todo aquello era un lugar desolador, a tallar por lo que Solalinde sigue relatando: había cadáveres frente al club Olimpia, sobre la vereda, entremezclados con cables. Eran cuatro cadáveres, pues en el lugar había caído una bala de mortero.
En el recorrido también tomaron las calles 22 de Setiembre y Las Residentas: “Es una falacia que dijeran que los del Escolta no salieron. De noche, cuando caminábamos a pie hacia el Escolta también nos topamos con un camión con 20 soldados que al encontrarse con los tanques huyeron, seguramente asustados. En nuestro recorrido del día siguiente encontramos un soldado muerto con los pantalones bajados hasta los talones, quizás por el ansia de muerte tras ser herido. Otro soldado herido estaba en un jardín. Cuando amaneció, de las casas vecinas y alrededores salían grupos de combate con armamentos modernos. Pero no tenían liderazgo y estaban perdidos”.
Agrega: “Escuché que un general dijo que le llamó la atención que los del Escolta no reaccionaran y que ellos pidieron que salgan y nadie salió. Puedo asegurar que sí salieron. Una vez le pregunté a un capitán dónde estaba durante el golpe y me respondió: Yo les estaba mirando a ustedes sobre la calle 25 de Mayo, cuando estaban con el Cnel. Oviedo, el Cnel. Sisa y el Cnel. Cárdenas y les estaba apuntando con un lanzacohetes. Dependía que yo ordenara el disparo nomás para que ustedes vayan a formar parte, no sé si del infierno o del edén, pero no me animé a dar la orden porque, si erraba, Uds. iban a volverse contra nosotros”.
Todo esto –concluye Solalinde– da la pauta de que en esta guerra los del Escolta también salieron en grupos en forma de escaramuza y la batalla fue total.
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