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“Varias veces nos bajábamos de los camiones pensando qué hacer y no sabíamos”, continúa. “Rezamos y pedimos a Dios que nos ayude, el frío era tremendo, no podíamos estar fuera de los camiones mucho tiempo. No podés hacer tus necesidades, no podés comer mucho. El caminar unos metros es como caminar kilómetros, por falta de aire. Tus piernas se hunden en la nieve y el frío se siente hasta en los huesos. Es algo desesperante, uno se siente impotente”.
En la cabina estaban sentados, mirando la nieve, desanimados: “Quien diga que no lloró de rabia o impotencia, miente”, dice.
“Esos dos jóvenes que lograron llegar a Jama nos dijeron antes de irse que intentarían llegar, que daba igual morir en los camiones o intentando salvarse y salvarnos. Rezamos por ellos, y no sé cómo lograron encontrar el camino, andar de noche con la oscuridad, el viento que parece te rompe la piel. Seguro que Dios escuchó nuestros pedidos y los guió”.
Geraldino asegura que todos los camioneros paraguayos que estuvieron en la Cordillera a punto de morir, llegarán hasta la basílica de Caacupé para pagar su promesa: “vamos a pedir por la salud del joven que casi se congeló y quien está internado grave en un hospital de la Argentina”.