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De momento, las dificultades económicas ya han obligado a estirar una vez más todos los plazos del plan ruso para conquistar el satélite, desde el lanzamiento de aparatos orbitales y robots exploradores, hasta una misión tripulada y finalmente una base permanente en la superficie lunar.
Poco antes de que estallara la crisis mundial en 2008, la agencia espacial rusa Roscosmos preveía enviar un cosmonauta a la Luna hacia 2030, pero primero la gran recesión global y luego el desplome del petróleo, agravado por el conflicto de Ucrania, han enfriado las ambiciones de la potencia espacial.
En la próxima década, el país tiene intención de centrarse en la construcción y perfeccionamiento de sistemas espaciales automáticos: el de navegación y posicionamiento Glonass (el GPS ruso), satélites de comunicación y bases científicas.
Algunos proyectos del programa lunar han pasado a manos privadas, mientras que otros han sido pospuestos para después de 2025, explicó la portavoz de la división científica de Roscosmos que desarrolla el proyecto, Olga Zhárova, en una entrevista publicada esta semana por el diario Izvestia.
De todos los proyectos, el más ambicioso y atractivo, por innovador y por las posibilidades que abre para la humanidad, es la base lunar, que según Zhárova: “Sigue siendo un objetivo estratégico de la cosmonáutica rusa para la década 2030”.
La fecha, sin embargo, sigue siendo demasiado optimista, porque más de tres años de recesión han obligado a suspender prácticamente todos los proyectos enfocados a ese objetivo, entre ellos el desarrollo de la maquinaria que se necesitará para construir sobre la superficie del satélite, en condiciones de ingravidez.