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Esta semana que terminó, el Premio Princesa de Asturias recayó en el proyecto que logró esa hazaña científica.
Einstein descubrió en su Teoría de la Relatividad General que los objetos que se mueven en el Universo producen ondulaciones en el espacio-tiempo y que estas se propagan por el espacio.
Predecía así las ondas gravitacionales, aunque demostrar de manera directa su existencia era el último reto pendiente de la Relatividad.
Durante décadas los astrónomos acumularon evidencias claras de que las ondas gravitacionales podían existir, pero no ha sido hasta ahora cuando se detectaron, gracias al observatorio estadounidense de interferometría láser, LIGO.
El anuncio del descubrimiento fue en febrero de 2016 pero se detectaron en septiembre de un año antes.
LIGO ha vuelto a detectar dos veces más las ondas gravitacionales, hazaña en su día elegida por la revista Science como el descubrimiento de 2016.
Pero antes ha habido un trabajo de cientos de investigadores detrás, entre ellos el físico estadounidense nacido en Alemania, Rainer Weiss, inventor de la técnica interferométrica láser en la que se basa el LIGO.
Weiss, quien en su día se preguntó “cómo pudo Einstein saber esto”, aseguró que le hubiera encantado enseñarle los datos de la primera detección.
LIGO es el mayor observatorio de ondas gravitacionales y uno de los experimentos físicos más sofisticados del mundo.
Está formado por dos enormes interferómetros láser situados a más de 3.000 kilómetros de distancia entre sí, uno en Livingston (Luisiana) y otro en Hanford (Washington).