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La apacible ciudad de la Isla Sur, de unos 388.400 habitantes, todavía no da crédito al ataque con armas semiautomáticas a dos mezquitas del centro de la ciudad y a plena luz del día, en la peor masacre que ha padecido el país oceánico.
“Uno creía que eso pasaba en Estados Unidos, en ciudades grandes como Londres o París, pero jamás en Nueva Zelanda y mucho menos en Christchurch”, decía durante todo el trayecto Pita, un profesional del taxi que lamentaba una y otra vez: “no puede ser, parece increíble”.
El cielo gris de Christchurch acompañaba el humor de desolación de los habitantes de esa ciudad, que acudieron en grupo o solos a dejar flores en un semáforo cerca de la mezquita de Al Noor, cuyos alrededores estaban acordonados por la Policía.
La solidaridad de los neozelandeses no se limitó a palabras de apoyo sino que también se expresó en una colecta para ayudar a las víctimas que logró reunir US$ 2,4 millones.
Mientras la ciudad se entregaba al luto y al dolor en esos altares improvisados bajo la mirada de decenas de cámaras y fotógrafos locales y extranjeros, la Policía buscaba frenéticamente pistas entre los jardines y zonas boscosas de los alrededores de la mezquita.
A poco más de 1,4 kilómetros de Al Noor, el personal médico luchaba intensamente en el hospital de la ciudad para salvar las vidas, especialmente de una decena que se encuentra en estado critico.
Otras familias se preparaban para los funerales de sus muertos, mientras algunos sobrevivientes luchan contra el trauma y la rabia.
Nueva Zelanda presentó cargos de asesinato contra el autor de la masacre, Brenton Tarrant, australiano de 28 años. Los otros dos sospechosos siguen bajo custodia mientras la policía investiga su implicación en el caso.