Murad, de esclava sexual del EI al Nobel de la Paz

Con tan solo 25 años, Nadia Murad, que recibió el viernes el premio Nobel de la Paz junto al ginecólogo congoleño Denis Mukwege, sobrevivió a los peores horrores infligidos por el Estado Islámico a su pueblo, los yazidíes de Irak, y se ha convertido en un ícono de esta amenazada comunidad.

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BAGDAD (AFP). Además de sufrir torturas y violaciones, Nadia Murad tuvo que renunciar a su fe yazidí, una religión ancestral despreciada por el EI, practicada por medio millón de personas en el Kurdistán iraquí.

Esta joven iraquí de rostro pálido y voz aterciopelada podría haber tenido una vida apacible en su pueblo natal, Kosho, cerca del bastión yazidí de Sinjar, ubicada entre Irak y Siria.

Pero el grupo extremista yihadista Estado Islámico (EI) en 2014 cambió su destino. Ese año fue raptada y conducida a la fuerza a Mosul, bastión del EI reconquistado hace más de un año. Fue el principio de un calvario de varios meses: torturada, dijo haber sido víctima de múltiples violaciones colectivas antes de ser vendida varias veces como esclava sexual.

Incluso hoy, Nadia Murad, al igual que su amiga Lamiya Aji Bashar, con la que ganó el Premio Sájarov del Parlamento Europeo en 2016, repite sin cesar que más de 3.000 yazidíes siguen desaparecidas y probablemente siguen aún en cautiverio.

Los yihadistas quisieron “robarnos nuestro honor pero perdieron su honor”, afirmó ante los eurodiputados Murad, quien fue nombrada embajadora de buena voluntad de la ONU y lucha por la protección de las víctimas del tráfico de personas.

“Lo primero que hicieron fue forzarnos a convertirnos al islam. Después hicieron lo que quisieron”, relató Nadia en 2016.

Al igual que miles de otras yazidíes, fue obligada a “casarse” con un yihadista que la golpeaba, contó en un conmovedor discurso ante la ONU en Nueva York.

“Incapaz de soportar tantas violaciones” decidió escapar. Gracias a la ayuda de una familia musulmana de Mosul, Nadia obtuvo documentos de identidad que le permitieron llegar hasta el Kurdistán iraquí.

Tras la fuga, la joven –que dijo haber perdido seis hermanos y su madre en el conflicto– vivió en un campo de refugiados en Kurdistán, donde tomó contacto con una organización de ayuda a los yazidíes. Esta le permitió reunirse con su hermana en Alemania. “El combate nos ha unido”, dijo.

Es en ese país, en el que reside, donde se convirtió en una respetada portavoz de su pueblo, que antes de 2014 contaba con 550.000 miembros en Irak.

Hoy, casi 100.000 han abandonado el país y otros están desplazados en el Kurdistán.

Murad, que lidera “el combate de (su) pueblo”, según sus palabras, logró que se reconocieran como genocidio las persecuciones cometidas en 2014.

El Consejo de Seguridad de la ONU se ha comprometido también a ayudar a Irak a reunir pruebas de los crímenes del EI.

Su “combate” le ha reservado también algunas buenas sorpresas. El 20 de agosto, la joven anunció que se casará con otro activista de la causa yazidí, Abid Shamdeen.

“El combate a favor de nuestro pueblo nos ha unido y seguiremos ese camino juntos”, escribió.

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