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Las “estrellas fugaces” son en realidad minúsculas partículas de polvo que provienen de la cola de un cometa, en este caso la del Swift-Tuttle.
La trayectoria de la Tierra cruza este enjambre de meteoros todos los veranos del Hemisferio Norte. Al entrar en contacto con la atmósfera, las partículas se inflaman, dejando una estela luminosa que hace las delicias de los amantes del cielo.
Las Perseidas, visibles del 17 de julio al 24 de agosto, alcanzarán su máximo esplendor el sábado pero, mientras que la cosecha de 2016 fue muy rica, la de este año se anuncia más modesta.
“Para ser honesto, no es un buen año” para las Perseidas, declaró Robert Massey, director ejecutivo interino de la Royal Astronomical Society (RAS) de Londres. “Podremos, con suerte, ver 20 cada hora”, señaló.
Es decir, cinco veces menos que en otros años. Se deberá a la Luna menguante: en la noche del sábado, el disco quedará iluminado en un 72%, lo que impedirá ver bien las estrellas fugaces, un efecto parecido al de la contaminación lumínica en las ciudades.