Cargando...
Pero Zahra’u Babangida, por un extraño juego del destino, sobrevivió a la explosión causada por su joven compañera de desventuras, que provocó una decena de víctimas fatales en un mercado de Kano, y escapó, para dirigirse a un hospital y hacerse atender de las heridas.
Es de imaginar el terror que corrió entre los médicos y enfermeros del hospital cuando, para curarla, le sacaron las ropas y detectaron en su pequeño cuerpo, atado al tórax, un cinturón con cartuchos de dinamita.
A los agentes que la tomaron a su cargo, Zahra’u (de unos 13 años) les explicó que fue obligada a cometer ataques, por sus propios padres, simpatizantes de Boko Haram, al punto de entregarla en un bosque cerca de Gidan Zana a un grupo de milicianos especializados en el lavado de cerebro de jóvenes que son enviados a morir en atentados suicidas.
Los milicianos comenzaron a decirle que estaban organizando un atentado suicida y le preguntaron si ella quería participar.
“No”, les respondió Zahra’u, pero los milicianos continuaron presionando, primero diciéndole que, si elegía morir en el atentado, se “ganaría el paraíso”, para luego amenazarla –ante un nuevo rechazo– con arrojarla a una prisión de la cual no saldría jamás, o asesinarla y no devolver su cadáver a sus padres para ser sepultada.
Demasiado para una jovencita que finalmente aceptó. “Aunque jamás tuve la voluntad de hacerlo”, dijo a los policías.
Luego de algunos días de adoctrinamiento y de adiestramiento para usar el cinturón explosivo, Zahra’u, junto a otras tres jovencitas de su edad, fue conducida por un par de milicianos hasta la ciudad de Kano y dejada en el ingreso del mercado, objetivo del atentado.
Las cuatro atacantes fueron instruidas para detonar las bombas sincronizadamente, de manera de provocar la mayor cantidad de víctimas posible.
Pero una de las más pequeñas kamikaze anticipó los tiempos y se hizo volar por los aires.
Zahra’u, que no se había alejado, fue alcanzada por la explosión y voló a varios metros de distancia, sufriendo heridas no graves.