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VATICANO (EFE).Los purpurados estaban convocados a las 9:00 de la mañana para escuchar las comunicaciones del Papa sobre tres causas de canonización, pero Benedicto XVI, con voz débil y cargada de emoción, pronunció 22 renglones en latín que cayeron como “un rayo en el cielo sereno”, como dijo el decano de los cardenales, Angelo Sodano.
“Siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma”, pronunció en latín Joseph Ratzinger dejando helados a los purpurados.
El Papa había iniciado su discurso sabiendo que su decisión sería “de gran importancia para la vida de la Iglesia”.
“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, dijo Benedicto XVI, que cumplirá 86 años.
Tras el discurso, recibió el abrazo del cardenal Sodano y se retiró a sus aposentos en el palacio pontificio, donde, aseguran, no pudo ocultar la emoción y lloró ante una decisión sorprendente, sin precedentes en la historia moderna de la Iglesia.
Mientras aún reinaba el silencio entre los purpurados, la noticia saltó al mundo gracias a Giovanna Chirri, vaticanista de la agencia ANSA quien, debido a sus conocimientos en latín, al oír la fórmula “ingravescente aetate” (por la avanzada edad) y la fecha del 28 de febrero se imaginó lo que estaba pasando.
“Sí, entendiste bien. El Papa renuncia”, le confirmó el portavoz de la oficina de prensa del Vaticano, Federico Lombardi. Y la noticia dio la vuelta al mundo.
En la Plaza de San Pedro, romanos, turistas y curiosos expresaban su asombro por el gesto del Pontífice, y muchos dejaban entrever su conmoción ante la “seguramente sufrida decisión” de Ratzinger.
Se suspendieron todas las actividades y el Papa alemán quedó en espera de que su renuncia se hiciese efectiva el 28 de febrero, limando solo los detalles junto al Vaticano de cómo se gestionaría la inédita situación que se había creado.
Ratzinger meditaba desde hace tiempo su decisión e incluso lo había preanunciado en el libro-entrevista “Luz del mundo” (2010) del periodista Peter Seewald.
“Cuando un papa llega a la clara conciencia de no ser más capaz física, mental y espiritualmente de desarrollar el cargo que le ha sido encomendado, entonces tiene el derecho, y en algunas circunstancias también el deber, de renunciar”, había dicho Benedicto XVI.
Siempre se había valorado la imagen de Juan Pablo II, que como recordaba su histórico secretario, el cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, “nunca se bajó de la cruz”, por lo que el gesto de Ratzinger, al que se le veía en buen estado de salud y en plenas facultades intelectuales, desató hipótesis y comentarios de todo tipo.
En la noche del día de la renuncia se desencadenó un fuerte temporal en Roma, la fotografía de un rayo que caía sobre la cúpula del Vaticano -como en las palabras de Sodano- se convirtió en otro de los símbolos de aquella fecha.
“Sostener a Francisco”
VATICANO (AFP). Benedicto XVI confesó en una carta escrita al teólogo progresista Hans Küng que su “única y última tarea es sostener con la oración el pontificado de Francisco”, con el que comparte, dijo, “una gran identidad de puntos de vista”.
Küng –figura polémica, que fue colega del entonces profesor Joseph Ratzinger en la Universidad alemana de Tubinga y uno de los mayores críticos del pontificado de Benedicto XVI– mostró ayer al diario La Repubblica la carta que recibió de Ratzinger.
“El papa emérito me escribió, a mí, eterno rebelde, una misiva afectuosa en la que se compromete a apoyar a Francisco, con la esperanza de que tenga éxito”, aseguró el teólogo.