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Esto obligó a Mijail Gorbachov, el último dirigente soviético, a anunciar formalmente el 25 de diciembre de ese año el final de la URSS.
Tanto él como sus colaboradores siguen acusando al primer presidente democráticamente elegido de la historia de Rusia, Boris Yeltsin, y a su contraparte ucraniano, Leonid Kravchuk, de encabezar dicha conspiración.
“¿Por qué lo hicieron? Yeltsin quería deshacerse de Gorbachov por cualquier medio, y Kravchuk quería lograr la independencia”, comentó Anatoli Adamishin, viceministro de Exteriores soviético entre 1986 y 1990.
“La URSS no estaba muerta. Enferma sí, pero no muerta. Mataron un organismo vivo. No podemos saber cuánto hubiera resistido si la hubiéramos reformado. Como Estado unificado, estaba condenada; pero como casa común, como unión de repúblicas, no”, opinó.
Esa no es la opinión del tercer firmante del acuerdo de Bielovézhskaya Puscha, Stanislav Shushkévich, entonces presidente del Parlamento bielorruso, quien considera que era la única forma de evitar una “guerra civil”.
Shushkévich niega que el acuerdo fuera “una conspiración”, ya que el objetivo inicial de la reunión no era disolver la URSS, sino estabilizar la situación desde el punto de vista jurídico, ya que varias de las repúblicas tenían arsenales nucleares.
El bielorruso contó que fue el viceprimer ministro ruso, Guennadi Burbulis, quien propuso redactar la frase que ha pasado a la historia: “La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha dejado de existir como sujeto de derecho internacional”.