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BEIRUT (AFP). La contienda bélica forzó la huida de una gran parte de la población: más de cinco millones de refugiados se fueron al extranjero y al menos seis millones de personas tuvieron que desplazarse en el interior del país.
El alto comisionado de la ONU para los refugiados, Filippo Grandi, llama a detener el baño de sangre.
“Estos siete años de guerra dejan una tragedia humana de dimensiones colosales. Para salvar vidas es hora de poner fin a este conflicto devastador”, dijo Grandi.
También hay acusaciones de crímenes de guerra y el baño de sangre continúa a diario ante la impotencia de la comunidad internacional.
En marzo de 2011, en la estela de la Primavera Árabe, se celebraron manifestaciones prodemocracia duramente reprimidas por el régimen del Bachar al Asad.
El movimiento se transformó en insurrección armada con la aparición de facciones rebeldes.
La guerra se complicó con la implicación de países como Rusia, Turquía y EE.UU. en varios frentes que dividen al país.
Es el caso del enclave kurdo de Afrin, blanco desde enero de una ofensiva de Turquía contra una milicia kurda considerada “terrorista” por Ankara pero aliada de Washington y que desempeñó un papel muy importante en la lucha antiyihadista.
En 2013, el movimiento islamista chiita libanés Hezbolá reconoció que intervenía en Siria para ayudar a los soldados del presidente Asad, miembro de la minoría alauita, una rama del chiismo. Envió miles de combatientes a luchar por el régimen.
Por su parte, el Irán chiita ayudó política, financiera y militarmente al régimen enviando “consejeros militares” y “voluntarios” iraníes, pero también afganos y paquistaníes.
En abril de 2017, un ataque con gas sarín (más de 80 muertos) en la ciudad rebelde de Jan Sheijun (noroeste) llevó a Donald Trump a ordenar que se atacase una base aérea del régimen sirio.
Declive
El séptimo aniversario de la guerra también está marcado por el declive de los yihadistas del EI que habían conquistado zonas extensas del país durante una ofensiva relámpago en 2014.
El grupo ultrarradical, responsable de múltiples atentados dentro y fuera del país, fue derrotado en Irak y en Siria se encuentra acorralado en los escasos focos de resistencia que le quedan.
El final de las grandes batallas contra los yihadistas permite a las potencias internacionales y regionales centrarse en ampliar su esfera de influencia en Siria, mientras internamente el gobierno del dictador Asad se esfuerza por reconquistar todo el territorio.