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ROMA (AFP, EFE). Como lo hizo el año pasado, Francisco enumeró en su oración final los múltiples motivos de “vergüenza” , como las personas engañadas “por la ambición y una vana gloria”.
También fustigó “la lepra del odio, del egoísmo, de la arrogancia”, estimando que “solo el perdón puede vencer el rencor y la venganza, solo el abrazo fraternal puede disipar la hostilidad y el miedo del otro”.
El Pontífice, como es tradición, asistió a esta ceremonia que rememora el camino de Jesús de Nazaret hacia la Cruz sumido en un profundo recogimiento desde la cercana colina del Palatino.
La cruz fue transportada por fieles, una niña discapacitada, dos monjas que huyeron de los yihadistas en Irak o una familia de sirios, entre otros, mientras se leían una serie de meditaciones que el Papa este año encargó a un grupo de jóvenes estudiantes.
Una vez concluido el recorrido de la cruz, Francisco pronunció una oración en la que invocó a Cristo: “Nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, arrepentimiento y esperanza”.
“Vergüenza, porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los débiles, los enfermos y los ancianos son marginados”, denunció el Pontífice.
También expresó su vergüenza “porque muchas personas, incluso algunos ministros de la Iglesia, se hayan dejado engañar por la ambición y la vanagloria, perdiendo su dignidad y su primer amor”.
Francisco también destacó el arrepentimiento, “que nace de la certeza” de que solo Jesús “puede salvar del mal” y curar a los hombres y mujeres “de la lacra del odio, del egoísmo, la soberbia, la avidez, la venganza, la codicia y la idolatría”.
Pero, tras la vergüenza y el arrepentimiento, el Papa destacó “la esperanza” de que el mensaje cristiano “continúa inspirando, aún en la actualidad, a muchas personas y pueblos y que solo el bien puede derrotar al mal”.
Y recordó que, movidos por su fe, “muchos misioneros y misioneras continúan, aún hoy, retando a la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando la vida para servir a los pobres, en los descartados, inmigrantes, invisibles, abusados, famélicos y presos”.
Defendió la esperanza, porque la Iglesia de Jesús, “santa y hecha de pecadores, continúa, todavía ahora, y a pesar de todos los intentos por desacreditarla, siendo una luz que ilumina y alivia”.
El Pontífice pronunció su oración después de asistir al recorrido de la cruz desde el interior del Coliseo romano, a cuyos pies se congregaron 20.000 fieles.