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La coalición internacional, que apoya al gobierno, capitaneada por Arabia Saudí, empezó a actuar en el Yemen el 26 de marzo de 2015 contra los rebeldes hutíes (chiitas, rama minoritaria del islam), que tomaron el control de la capital, Saná, seis meses antes y obligaron a huir al presidente Abdo Rabu Mansur Hadi, actualmente exiliado en Riad.
La campaña de bombardeos de la alianza, integrada por países sunitas (rama mayoritaria del islam) recrudeció el conflicto, y los civiles han sido los más afectados por la infraestructura dañada, incluidas escuelas y hospitales.
Más de dos millones de personas están desplazadas en el interior del país y más de 6.500 –según la ONU– han perdido la vida desde el comienzo de la contienda, que ha exacerbado la pobreza y la inseguridad alimentaria en el que ya era considerado el país más pobre de la región.
“Los yemeníes somos muy resistentes, pero a medida que la guerra continúa nuestra resistencia disminuye”, declaró Hussam Abdulmalik, un estudiante de Bellas Artes de la Universidad de Saná.
“Cada vez más, la gente lucha para sobrevivir día a día, y la guerra no muestra ningún signo de remitir”, agregó.
Una salida negociada al conflicto parece lejana debido a que el último acuerdo alcanzado el pasado diciembre no está siendo aplicado, y ambas partes se acusan mutuamente de no respetarlo en la ciudad portuaria de Al Hudeida.
La tregua que entró en vigor en diciembre en esa urbe aguanta a malas penas, mientras que el repliegue de las tropas de ambos bandos y la aplicación de otros puntos del pacto están estancados, a pesar de los esfuerzos de la ONU.
Más de ocho millones de personas sufren inseguridad alimentaria o están en riesgo de hambruna, de un total de 22 millones que necesitan ayuda humanitaria en todo el país, según la ONU.
Naciones Unidas ha calificado la crisis humanitaria del Yemen como la peor del mundo en estos momentos.