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El invierno de 1941 se hacía sentir con fuerza en Europa oriental y los oficiales nazis ordenaban que todos los residentes del Gueto de Lida, una ciudad ubicada por aquel entonces en territorio polaco, salieran de las casas y formaran en la calle principal.
Shaike, padre de tres niñas pequeñas, decidió no obedecer la orden a pesar del riesgo que eso representaba y junto a su esposa Nejama, bajaron al sótano de la casa con dos de sus niñas, Ester (10), Neja (8) y otros familiares.
En la habitación, acostada y llorando, la bebé de apenas semanas de vida quedó sola y desamparada. Rojele, la bebé, había nacido en el sótano de la casa donde ahora sus padres, hermanas, tíos y primos se ocultaban de los alemanes.
Los soldados ingresaron a la habitación, desnudaron a la criatura, revisaron la casa y se marcharon, seguros de que el intenso frío terminaría el trabajo.
El peligro desapareció solo por un momento, tiempo suficiente para que su padre salga del sótano y arrope a la bebé que no dejaba de llorar.
Al poco tiempo se volvió a escuchar el golpe de las botas de los soldados y las puertas del sótano otra vez se cerraron rápidamente, ocultando tras de sí a Shaike. Rojele de nuevo quedó sola pero al menos, vestida.
Quienes ingresaron fueron los oficiales nazis para verificar el trabajo hecho por sus soldados y el milagro se repite al decidir dejar el “trabajo” al frío, desnudaron a la criatura y se marcharon.
Mónica, la bebé de esta historia, se refiere a ese momento como la voz de su sangre que los llamaba, al imaginar la desesperación e impotencia de sus padres por tener que elegir entre salvar a todos o hacer un sacrificio.
Todos sus nombres
El destino comenzó a tejer desde aquel momento un extraño entramado para la vida de Rojele, hoy Mónica y antes Irina y más tarde, Raquel, cuatro nombres que dieron origen al libro donde se retrata la vida de Mónica Dawidowicz.
Nacida en el Gueto de Lida, Bielorrusia, Mónica es una sobreviviente de la Shoá (Holocausto en hebreo).
Aunque no guarde recuerdos de los acontecimientos por su corta edad, es una de las millones de víctimas que tuvo que comprender los hechos, acomodar su vida y salir en la búsqueda del pasado luego del Holocausto.
Tenía tres meses cuando sus padres la entregaron a una mujer polaca, Stanislawa Shipula, tras pasarla por debajo de la cerca del gueto, antes de ser trasladados al campo de concentración de Majdanek donde fueron asesinadas 360.000 personas.
Sus otras hermanas fueron entregadas a mujeres no judías, presagiando lo peor para todos. Neja, la segunda de las niñas, no aceptó separarse de sus padres, regresó al gueto, siendo posteriormente llevada al campo de concentración y al igual que sus padres, no sobrevivió.
Largo recorrido
Al finalizar la guerra en 1945, el Congreso Judío Mundial se encargó de buscar y ubicar a los familiares de los niños sobrevivientes que quedaron desamparados y esparcidos por Europa.
Rojele, para ese entonces ya era llamada Irina, como la mujer que la tomó en brazos aquel día que la pasaron por debajo de la cerca y quien se negó a entregar a la niña.
Las batallas legales dieron la razón a la organización judía y la pequeña Irina fue trasladada a un orfanato en Suecia a la espera de ser enviada a la Argentina junto a un tío que escapó apenas comenzada la guerra y mientras aguardaba ese viaje, en el orfanato le cambiaron el nombre de Irina por el de Mónica.
Hubo un intento de enviarla a los Estados Unidos junto a otro familiar cercano, pero el “cupo lleno” para la migración judía lo impidió.
Viajera solitaria
Mientras en Argentina, Perón prohibía la entrega de visas a ciudadanos que fueran “indeseables” en sus países, por lo que Mónica, con cinco años fue puesta en un vuelo de Swedish Air bajo el cuidado de una azafata, con destino a Montevideo, donde fue recibida por la familia de un hermano de su madre quien la adoptó y la llamaron Raquel, pero respetando tradiciones judías la volvieron a llamar Mónica.
Con documentos falsos fue llevada a Argentina donde creció y a los 14 años comenzó a armar el rompecabezas de su vida, con cartas, documentos, relatos y fantasías. Tenía 21 años cuando viajó a Israel para encontrarse con Ester, su hermana mayor.
Testimonio de vida
“Una de mis preocupaciones y ocupaciones hoy es que después de nosotras, la familia siga unida y por eso mis hijos, los de Ester y yo, viajamos a Lida el año pasado”, manifestó.
Mónica vive en la Argentina con su esposo y sus tres hijos, y espera que su testimonio ayude a luchar contra la discriminación, la xenofobia y el antisemitismo que aún persisten.
juan.dossantos@abc.com.py