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Los yihadistas “vinieron a nuestras tiendas. Nos dijeron ‘no tenemos nada contra vosotros, si os molestamos decídnoslo’. Una semana más tarde era ‘los cristianos fuera’”, recuerda este excomerciante textil.
Cuando se apoderaron de Mosul, en junio de 2014, los yihadistas dieron un ultimátum a la pequeña comunidad cristiana local de unos 35.000 fieles: convertirse al islam, pagar un impuesto especial o irse de la ciudad, si no querían ser ejecutados.
“Aunque quisiéramos volver, no podríamos”, asegura Behnam, con la ropa sucia por aceite usado.
“A lo largo de estos tres últimos años hubo un lavado de cerebro. Incluso los niños se han convertido en (gente de) Dáesh (término árabe para referirse al EI), se les enseñó a degollar”, dice.
Por su parte, un musulmán originario de la misma ciudad asiente.
“Yo, si fuera cristiano, no volvería a Mosul hasta que los habitantes demostraran que están dispuestos a aceptarme”, afirma Omar Fawaz.
Cuenta que al final de los combates sus padres regresaron a Mosul, pero su casa estaba ocupada por las fuerzas de seguridad.
“De inmediato, los vecinos nos dijeron que tomáramos la del cristiano, que se encuentra a cuatro casas de la nuestra”, recuerda este ingeniero de 29 años.