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A pesar de las obras de mantenimiento, el polvo y la cantidad de negocios cerrados, hay algo en la calle Florida que atrae a los turistas, que avanzan entre los estrechos pasajes, las rampas y las máquinas como devotos cristianos rumbo al Santo Sepulcro.
Cada tantos pasos hay hombres apostados entre los pilares y las paredes que por lo bajo ofrecen: “cambio dólar”. El microcentro se encuentra semidesierto y varias de sus calles están valladas, pero la emblemática peatonal no parece acusar efecto.
Sábado de tarde. No se divisa un solo banco abierto para cambiar dólares al “precio oficial”.
¿Cuánto pagás?, pregunto a un hombre canoso y de estatura media. “Pago 7,20 pesos el dólar. Pero solo billetes de 100”.
El precio oficial de la moneda norteamericana es de 4,90 pesos, pero el “dólar blue”, como se denomina al precio paralelo, llegó hasta el pico de los 8 pesos. La diferencia llega hasta al 60% y se estima que las operaciones diarias en el mercado negro llegan a unos 50 millones de dólares.
“Vení por acá”. Cruzamos una rampa de madera y subimos las escaleras de un edificio hasta llegar a uno de esos ascensores con cortinas manuales.
“Mirá, nosotros estamos laburando”, se excusa, tal vez al percibir mi intranquilidad. “La prensa nos hace mala fama. Dicen que damos billetes truchos y esas cosas. Pero nada que ver”, se defiende. “Es arriesgado. Acá trabajamos por jurisdicciones. Debemos pagar a los policías, a los inspectores”, agrega.
La espera se hace cada vez más insoportable. Una pareja de alemanes aguarda sentada en un banco hasta que la mujer se dirige al fondo para realizar la operación. Uno de los cambistas se excusa por la demora. Luego, este sale al cuarto de espera para anunciar mi turno. Me observa con un gesto inquisitivo, como dudando de mis verdaderas intenciones.
“Cambiale (la cantidad que yo llevaba) a 7,20”. El hombre detrás de la caja protegida con barrotes me mira con gesto menos amable aún. Con seguridad no abundan entre los clientes –habitualmente gringos u hombres barbudos con gorritas– los “negritos con acento provinciano”.
Los asesores del Gobierno argumentan que las restricciones cambiarias son medidas anticrisis, que buscan evitar las políticas de austeridad y recortes que están causando estragos en Europa.
“Cuando hay un recurso escaso como es el dólar, hay que usarlo de la mejor manera posible. Se necesita ese dinero para importar las cosas que realmente hacen falta para producir y generar así un alto nivel de actividad. Los controles al dólar son legítimos; la otra alternativa sería el ajuste y el aumento del desempleo”, había indicado tiempo atrás el economista y embajador argentino en Francia, Aldo Ferrer, al justificar la política cambiaria.
En efecto, los economistas ortodoxos no se están destacando precisamente por su efectividad. Mientras la zona euro se desploma entre el desempleo y el decrecimiento económico, se insiste en las mismas recetas de austeridad profundizando cada vez más el desastre.
Por su parte, los controles al dólar han disparado el tráfico de divisas, multiplicando a su paso la corrupción y el soborno.
Al igual que la prohibición de las drogas solo ha estimulado su consumo –desatando una espiral de muerte en torno al comercio ilícito–, el cepo al dólar –si bien sus efectos no son equiparables al del narcotráfico– ha fomentado el mercado negro con todas las consecuencias que ello implica.
Finalmente, y luego de por lo menos media hora, salgo con los pesitos en el bolsillo, cada vez más ansioso por ganarme la calle de una vez.
¿Vos de dónde sos? ¿Del Chaco, Misiones?, interroga mi efímero compañero de negocios mientras me dirige a la salida.
Antes de responder miro a mi alrededor y me pregunto por qué tanto embrollo. A la vista de todos, y mal resguardados en los zaguanes de los comercios, el “dólar blue” fluye sin mayores sobresaltos.
“No, de Paraguay”, contesto. “Ah, pero es lo mismo. Nosotros choreamos a todos: a Paraguay, Uruguay, Chile”, dice mientras suelta una breve risotada e intercambiamos un apretón de manos.
Nos despedimos, yo me dirijo al subte y él retorna a su esquina entre el polvo y el tronar de las máquinas.
plopez@abc.com.py