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WASHINGTON (AFP). Aun sin pronunciar una palabra, este exdirector del FBI, de 72 años, inquieta profundamente a los ocupantes de la Casa Blanca, apenas a ocho cuadras de su despacho, y especialmente al presidente estadounidense, Donald Trump, a quien apunta su investigación.
Mueller fue designado a mediados de mayo por el secretario de Justicia para dirigir la investigación federal sobre si los colaboradores de Trump coludieron con los intentos de Moscú para influenciar la elección presidencial de 2016.
Ha formado un equipo con más de doce sólidos investigadores que incluye un experto en dar la vuelta a testigos de la mafia, un especialista en lavado de dinero y uno de los fiscales con más experiencia del Tribunal Supremo.
Presiones
Desde la administración Trump se han vistos acciones que buscan debilitar y desacreditar al hombre que podría hacer caer la Presidencia.
Cualquier fiscal encargado de investigar a la Presidencia tiene que aguantar una gran cantidad de presión política, explica Randall Samborn, un fiscal que participó en la investigación que apuntaba al peso pesado de la política, el vicepresidente Dick Cheney, en la década de los 2000.
Pero si alguien es capaz de gestionar esta presión, dice Samborn, este es Mueller.
Un exmarine herido en la guerra de Vietnam, Robert Mueller es también un veterano de los procesos judiciales pesados, incluyendo el proceso del expresidente panameño Manuel Noriega o el del mafioso John Gotti.
Nombrado a la cabeza del FBI una semana después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, en los años que siguieron convirtió a la institución en una poderosa agencia antiterrorista.
En lo que hoy es una legendaria defensa del Estado de derecho, Mueller y Comey se enfrentaron al presidente George W. Bush en 2004 por un programa secreto de vigilancia doméstica ilegal. Ante el riesgo de verse despedidos, forzaron a Bush a ajustar sus planes.
Es el tipo de entereza que ha cosechado el reconocimiento de Mueller tanto por el sector republicano como por el demócrata durante años.