A 50 años del mayor genocidio comunista

PEKÍN (EFE). Hace 50 años el Partido Comunista de China declaraba oficialmente el inicio de la “Gran Revolución Cultural Proletaria”, dando paso a una década que según cuenta la escritora Gao Zhiling, entonces una niña, les condenó a no tener una educación en condiciones y ser una “generación perdida”.

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El 8 de agosto de 1966 el dictador comunista Mao Zedong extendía a nivel nacional un movimiento que desde mayo ya había calado en universitarios y otros sectores jóvenes, que luego sería conocida como los temibles “guardias rojos”, que consideraban que el mundo de la cultura y los intelectuales no se ajustaban a la revolución proletaria.

Uno de los pocos testigos de aquellos hechos, que pertenecía por aquel entonces a la guardia roja, declaró a finales de los años ochenta que “Los asesinatos eran espantosos (...) fue el marco de una crueldad y de un salvajismo indignante (…) Personas fueron decapitadas, golpeadas hasta la muerte, enterradas vivas, lapidadas, ahogadas, hervidas, masacradas en grupo, vaciadas de sus entrañas, detonadas con dinamita. Se utilizaron todos los métodos”.

La cifra exacta de asesinados es difícil de precisar, pero se sabe que fueron millones de seres humanos, incluso socialistas que no eran lo “suficientemente revolucionarios”.

“Mao Zedong actuaba como un emperador, cada vez que estaba triste empezaba una revolución... pero era nuestro ‘abuelo’, y en una familia china no criticas a tu abuelo”, cuenta Gao, quien está escribiendo sus memorias.

Confía en recuperar así a una generación olvidada, la de los que fueron niños en aquella época.

“Todo el mundo sabe que hubo purgas de líderes e intelectuales, que hubo reeducados en el campo, pero mi generación no tiene voz ni memoria”, afirma.

Gao vivió su infancia obsesionada por estudiar para un día llegar a la universidad, como su abuela le aconsejó, pero chocó con un entorno en el que niños y adolescentes insultaban a los profesores y en las clases se leía propaganda o se cavaban trincheras.

“En 1969, Mao dijo que los rusos querían bombardearnos, así que trajimos palas de casa y nos pusimos a cavar, terminamos las trincheras en 1971”, recuerda Gao, quien también rememora las clases en las que redactaba escritos acusando a sus compañeros de aula.

“Siempre empezaba mis redacciones igual: ‘la situación revolucionaria del país es fantástica, Mao está mejor que nunca y su cara es refulgente, pero aún hay enemigos de clase que se debaten en su lecho de muerte”.

Propaganda y trincheras ocuparon buena parte del “horario lectivo” de niños como Gao, quien hoy se lamenta del destino de los chinos que ahora tienen entre 50 y 60 años y tienen graves problemas para encajar en el país.

Aún muy niña en los años más sangrientos de la revolución –entre 1966 y 1971– Gao fue protegida por su familia para no ser testigo de actos violentos de la época, pero no se libró del todo.

Gao recuerda los muchos suicidios, la gente tirando piedras a “contrarrevolucionarios”, o aquel profesor del pueblo de su abuela que un día apareció muerto en un campo de maíz, destripado.

“Era un maestro fantástico, sonriente y de mirada limpia, pero tenía tierras así que le humillaron públicamente. (...) Cuando oí sobre su muerte, no podía quitarme su imagen con el estómago abierto”, dice con voz entrecortada.

Las memorias de Gao se publicarán bajo el título “Una pequeña bolsa de poder” y con ellas busca volver a unos años que a la gente de su edad, cuenta, no les gusta recordar.

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