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Un caso ilustrativo es el que afecta al profesor doctor Joaquín Villalba Acosta (66), cirujano general y proctólogo, residente en esta ciudad, y Eleuterio Morel (52), agricultor procedente de Caazapá. Esa situación límite hizo que compartieran la misma vivencia y en la misma sala. Ambos salieron de alta ayer.
La solidaridad en medio del dolor de familiares de una mujer de 46 años, que falleció por un accidente cerebrovascular, permitió que ambos puedan mejorar su calidad de vida, dejando de depender de una máquina de diálisis, en sesiones de cuatro horas tres veces por semana.
Villalba, quien tiene ocho hijos, señaló que aún siendo médico no comprendía la importancia de la donación de órganos. Confesó que su calvario se inició hace un año y que paulatinamente su salud se fue deteriorando.
“El significado de salir exitoso de un trasplante es difícil de explicar. Siento que nací de nuevo. Francamente se siente muy diferente al estado en general en que me encontraba antes de ser operado, es muy notoria la mejoría”, resaltó.
Dijo que por lo general los médicos suelen ser muy malos pacientes. Indicó que estaba muy preocupado porque como cirujano sabe las complicaciones que se tienen en una cirugía de alta complejidad, pero con la fe puesta en sus colegas y en Dios decidió someterse al delicado procedimiento.
Además, resaltó que cambia su perspectiva hacia el paciente porque esta vez le tocó estar del otro lado.
Eleuterio, por su lado, muy emocionado dijo que vino esperanzado al Hospital de Clínicas, sobre todo porque siempre hay personas de buen corazón dispuestas a ayudar a otros, a pesar del dolor de haber perdido a un ser querido. “Una sola persona benefició como a cinco personas, nos contaron, y ojalá hayan más donaciones”, destacó en guaraní.