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Donde hace algunos años "Vorsicht Schüler" habría sido suficiente para advertir a los conductores que estaban pasando por la escuela primaria Benjamin Unruh para que tuvieran cuidado con los niños, ahora el pueblo necesita una señal bilingüe. Tuvieron que agregar "Cruce de Alumnos".
Este pueblo, 500 kilómetros al norte de la soñolienta capital, Asunción, está en lo profundo del corazón del escasamente poblado Chaco -el vasto e inhóspito territorio del Paraguay donde el termómetro regularmente supera los 40 grados.
Pero su próspera economía agrícola está atrayendo a migrantes de toda esta nación mediterránea de América del Sur, del tamaño de California. Esto, de acuerdo con muchos residentes aquí, significa problemas.
Por un lado, los menonitas necesitan mano de obra para mantener el crecimiento de su exitoso sistema de producción cooperativa. Por el otro, los foráneos inevitablemente diluyen la cultura germano-parlante y las tradiciones religiosas de los colonizadores, que se habían mantenido inalteradas durante décadas.
Los pioneros menonitas de Filadelfia huyeron de Rusia en dos olas. La primera se trasladó a Canadá en el siglo 19, debido a que perdieron su privilegio de excepción del servicio militar, y de allí al Paraguay; mientras que la segunda huyó del programa de colectivización de Stalin, a través de Alemania y China. Actualmente los menonitas no llegan a la mitad de la población del pueblo, de 8.000 habitantes.
"Somos víctimas de nuestro propio éxito", dijo Gulndolf Niebuhr, curador del pequeño museo del pueblo, que está lleno de recuerdos menonitas y animales silvestres embalsamados. "La altamente exitosa ética de trabajo y compromiso de construir una sociedad funcional atrae a otros y eso termina fragmentando nuestra propia estructura social".
El señor Niebuhr habla alemán con un dejo de Plattdeutsch, el gutural dialecto que los menonitas han preservado desde que fueron obligados a abandonar los Países Bajos en el siglo 16 por seguir a un radical reformista anabaptista. Reflexiona que, dadas las duras condiciones en el Chaco, el mismo hecho de que que los colonos hubieran sobrevivido aquí ya es sorprendente.
Cuando las primeras 350 familias arribaron en 1927, encontraron un ámbito salvaje plagado de sequías.
En los primeros años, los cultivos de algodón y maní fracasaron repetidamente. Fueron necesarias mucha perseverancia y disciplina para echar raíces.
Los colonos vinieron debido al sentimiento antialemán en Canadá después de la Primera Guerra Mundial y porque el Paraguay quería poblar el Chaco, por temor a las ambiciones territoriales de su vecina Bolivia. El gobierno paraguayo aprobó una ley en 1921 dando a los menonitas el derecho de organizar sus propias iglesias y escuelas en alemán y librándolos de la obligación del servicio militar.
Bolivia efectivamente invadió en 1932, pero al final de la guerra, en 1935, Paraguay mantuvo el territorio y los menonitas continuaron su dura tarea de sobrevivencia.
En 1937, algunos colonos se separaron y crearon una nueva colonia en una región más clemente en el Paraguay oriental. En 1944, dos facciones -una pro Hitler y deseosa de reocupar sus tierras en la Unión Soviética, y la otra pacifista y antinazi- se enfrentó violentamente. La facción pro Hitler abandonó el país.
Pero hoy las grandes granjas cooperativas de los menonitas son exitosas. Proveen productos lácteos que se consumen en todo el país. Mientras el ingreso de los paraguayos se ha desplomado de 1.750 dólares a 950 dólares por año en la década que siguió al gobierno militar de Alfredo Stroessner, quien se marchó al exilio en 1989, el promedio de ingreso anual en Filadelfia es de 10.000 dólares.
En una reciente visita, Luiz Augusto de Castro Neves, el embajador brasileño en Paraguay, le dijo a la gente de la cooperativa: "Estoy fascinado con lo que he visto. ¡Un Paraguay que funciona!"
El pueblo ha gastado 300.000 dólares anuales en salarios, educación y servicios de salud para 9.000 indígenas asentados en 150.000 hectáreas compradas por los menonitas en las afueras del pueblo. Pero mucha gente aquí considera que los indígenas son haraganes o borrachos y los culpan a ellos y otros forasteros de la creciente criminalidad.
El pueblo está también dividido en cuanto a si los menonitas deberían involucrarse en política más allá de la elección de líderes comunitarios. Por lo general, la generación mayor insiste en la centenaria tradición de mantenerse al margen de la política a nivel nacional.
En elecciones generales, sin embargo, Orlando Penner, 40, un ex corredor de rallies y gobernador de Boquerón, el departamento donde está Filadelfia, se convirtió en el primer senador menonita del Paraguay (N. de la R.: Enrique Ratzlaff y Cornelio Zawatzky ya habían sido diputados por Boquerón). Elegido en la lista de Patria Querida, un movimiento anticorrupción que se ha convertido en partido político, el señor Penner dice que los menonitas de Filadelfia deberían integrarse más y que su éxito podría servir de ejemplo para el resto del país.
"Si queremos mantenernos enclavados en la ortodoxia, estaremos buscando por siempre alrededor del mundo tierras nuevas, vacías, aisladas", dijo. "Estoy seguro de que si no podemos preservar nuestra identidad como menonitas y al mismo tiempo vivir junto con los demás en este país, entonces, no tiene sentido alguno ser menonita".