Katueté, la historia de un pueblo que surgió en respuesta a un desafío

“Nderejapómo’ãi” (no lo va a hacer), fue la advertencia amenazante e intimidatoria que lanzó el presidente de la seccional de Corpus Christi al doctor Alejandro Encina Marín, cuando se enteró de que estaba por colonizar una zona boscosa de Canindeyú. “Katuetei ajapóta” (lo haré, indefectiblemente), le respondió el Dr. Encina. Fue el inicio de lo que hoy es uno de los más pujantes distritos de la región. De aquel desafío surgió el nombre de Katueté. Lo que sigue es el relato del Encina Marín.

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Creo que corrían los meses que hacían promediar el año 1970 cuando, regresado del exilio transcurrido entre Foz de Yguazú y Buenos Aires, decidí proceder a la reapertura de mi parte alícuota del “Estudio Jurídico Gloria”, pretendiendo renovar antiguos éxitos. Mi audacia decreció con el correr de los días y entre los ahorros de “gastos varios” del escritorio pude suprimir sin problemas los productos matainsectos, ya que hasta la cantidad de moscas iba creciendo entre quienes visitaban el bufete. Hasta que una mañana, por los alrededores de la primavera, me comunicaron que tenía un llamado del señor Jayme Watt Longo, terrateniente brasileño que requería mis servicios. Retribuí el llamado y lo cité para las cinco de la tarde, pues una de mis entradas seguras por aquellos días eran mis “importantes” remuneraciones como catedrático de las facultades de Derecho de la Universidad Nacional y la Universidad Católica, que me insumían parte de las primeras horas de la tarde.

Entrando a la sala de espera, me encontré con un señor austero, de cierta estatura y particularmente bien vestido, que sin muchos prolegómenos me informó que era el yerno del señor Geremía Lunardelli, conocido como “El rey del café” del Estado de Paraná, Brasil.

Prosiguió diciéndome mi visitante que su esposa, como heredera de don Geremia, había recibido una fracción importante de tierra en la zona de Salto del Guairá, a la que el había sumado una superficie aledaña adquirida de La Industrial Paraguaya, conformando así un total de unas 55.000 hectáreas, que estaban deseando colonizar y urbanizar con una fuerte inversión que transformara radicalmente esa zona integralmente boscosa.

Su problema radicaba en que veía con extrañeza que las autoridades paraguayas, en lugar de facilitar esta obra de franco progreso, alzaban obstáculos, entre los cuales no era el menor el pedido de “gratificaciones” para otorgar la autorización.

En un golpe de audacia, acepté la representación que me ofrecía, y me otorgó un poder de administración de la gigantesca finca con las más amplias facultades de venta, fraccionamiento, urbanización.

El señor Longo me informó que era conocedor de la gleba el señor Jorge Elíseo Zavala, quien me daría más detalles y elementos de conocimiento a parte del plano, título de propiedad y poder que me otorgó y entregó en el día y que inclusive me acompañaría para un reconocimiento.

En forma absolutamente casual, dos o tres días después me encontré en la calle con el entonces coronel de Caballería don Orlando Machuca, quien me preguntó a qué me dedicaba, y le expliqué que, luego de mis desventuras políticas, estaba interesado en ejercer la profesión, con poco éxito, pero que probablemente sería su “vecino”, pues era comandante del Batallón de la Frontera 1º de Marzo, con asiento en Salto del Guairá, si bien tropezaba con las anotadas dificultades. Muy serio y con el semblante nublado, me preguntó: “¿Qué vas a hacer mañana, a las 9 de la mañana?”, a lo que, encogiéndome de brazos, le dije: “Lo que digas”, y se remató el dialogo con su manifestación: “A esa hora te espero con todos tus papeles en la puerta del IBR”.

Así las cosas, con puntualidad inglesa, aguardé en la oficina indicada al coronel, quien me indicó aguardarle en una sala de espera mientras él ingresaba a las oficinas de la institución. Cerca de una hora después, salió de la presidencia del IBR y me dijo: “Todo esta organizado. Te ruego que dentro de 15 días visites en mi nombre al señor Ernesto Barchello, quien te seguirá guiando”.

Le manifesté que no sabía cómo agradecerle la atención, y me respondió: “Esto es una retribución por la atención profesional que me brindaste hace varios años y mediante la cual salvé mi carrera de un grupo de intrigantes. Quizá tu caballerosidad no permita recordar este episodio en el que me atendiste a pedido de mi hermano, el doctor Braulio Machuca Vargas, y a pesar de su recomendación te hiciste el distraído y no quisiste cobrarme por el trabajo, sino solamente los gastos, que eran ínfimos. Yo soy una persona agradecida y nunca tuve oportunidad de retribuir tu fina atención”.
Seguí las indicaciones del señor Barchello, y el 31 de diciembre de 1970 se dictó la resolución del IBR que autorizaba la colonización y urbanización de la primera parte del inmueble, que era de 18.000 hectáreas.

La resolución de referencia disponía los precios de venta de la tierra a paraguayos y extranjeros: G. 5.000 por hectárea a los nacionales y G. 8.000 para los foráneos, con lo cual quedaba desbaratada la famosa versión de que estábamos entregando fracciones de territorio a los brasileños.

Con el señor Jorge Elíseo Zavala, organizamos un viaje de reconocimiento, para lo cual contamos con la compañía inestimable del teniente 1º don Fernando Pérez Veneri, héroe del arma aérea en la Guerra del Chaco y mi suegro, con motivo de mi enlace con una de sus hijas.

En el Regimiento de Frontera 1º de Marzo, fuimos homenajeados por el coronel Machuca Vargas, y luego, en el hotel de la ciudad, nos encontramos con el personal que ya tenía instalado el señor Longo.

Iniciamos los trabajos de captación de compradores instalando carteles y transmitiendo avisos radiales a la vez que, a mi regreso a Asunción, visité a ganaderos tradicionales y capitalistas, posibles compradores, como don Oscar S. Netto, don Alfredo Brusquetti, don Aldo Zuccolillo y otras personas que, por la novedad del negocio que les ofrecía, prefirieron aguardar que otros fueran los pioneros en el asunto.

Así las cosas, en otro de los viajes sucesivos concretamos un encuentro con el señor Jaime Watt Longo en el lugar elegido para instalar la primera colonia. Hallándonos en el lugar donde planificábamos el levantamiento de la unidad urbana (escuela, hospital, comisaría, iglesia, etc.), vino llegando en una camioneta un señor que, sabedor de los planes del señor Longo, deseaba “soplarme la dama” y asumir él los trabajos que eran presumiblemente de mucha importancia económica. El hombre bajó de su camioneta, y así hicieron tres hombres con pinta de capangas que viajaban con él.

El señor Zavala, que lo conocía, nos presentó al señor Longo y a mí a quien nuestro interlocutor dispensó diferente tratamiento: extraordinariamente amable con el señor Longo, que no le prestó mucha atención, y a mí, paraguayo y sin pinta de potentado, al punto de dirigirse a mí en guaraní diciéndome: “Entonces usted es el famoso doctor Encina”, a lo que le contesté secamente: “Sí”, y luego, sonriendo socarronamente, me dijo: “Usted es el que va hacer aquí la colonia”, a lo que otra vez conteste afirmativamente. Entonces, ya con una carcajada breve e insolente, me desafió diciendo: “Nderejapomo’ãi” (no lo vas a hacer), y siguiendo en guaraní, le conteste: “Katuetei ajapóta” (lo voy hacer indefectiblemente), a pesar de lo cual me repitió el desafío, y yo recogí el guante contestando de la misma manera.

A esta altura, supongo que advertía que el señor Longo le trataba con cierta displicencia despreciativa, se despidió de nosotros, ante lo cual el señor Zavala nos dijo: “Este hombre es un caudillo político muy importante de Corpus Christi y está acostumbrado a llevarse todo por delante”, a lo que respondí con un encogimiento de hombro.

Mientras seguíamos nuestro trabajo, el señor Longo me preguntó en portugués qué era una palabra que yo le había transmitido a nuestro visitante en medio de nuestra conversación y que, por lo visto, le había sonado bien, “algo así como katuetei”, y quería saber de qué se trataba. Le expliqué que katuetei quería manifestar que se haría lo que se va hacer, indefectiblemente, sin ninguna duda. Y el señor Longo cerró la conversación diciendo en portugués: “É um bom nome” (es un buen nombre), y de allí surgió la expresión para la primera colonia, que se llamó Katueté.

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