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La familia de Andresa encontró en la artesanía su medio de vida y también ya están dando trabajos a algunos vecinos que ofician de ayudante en las tareas.
La división del trabajo es muy importante para una producción a gran escala.
Cada miembro de la familia desarrolla una actividad específica, pero es su esposo Pedro el único encargado de darle molde al barro, porque según cuenta orgullosa Andresa, no cualquiera puede hacerlo, ya que se requieren fuerza, mucha paciencia y creatividad.
La materia prima se trae de Valle Pucú (arcilla negra o ñaiu) y de Itauguá (arcilla blanca o caolín). Para obtener un producto de calidad se requiere una mezcla de ambas, proceso que se realiza en cinco horas. La mezcla va luego a una pileta con agua, donde queda estacionada por tres a cuatro días.
Luego se extrae el material y va a un secadero. Permanece en el lugar por otros tres días. Del secadero se retira cerca de 3.500 kilos, tras el proceso que demora cerca de una semana.
El proceso continúa con un amasado a mano, para que finalmente pueda llegar a las manos del moldeador o tornero, quien les va dando formas a las piezas, logrando jarrones, planteras y un sinfín de artículos ornamentales.
Una vez terminadas, las piezas se dejan secar al sol durante dos días. Luego viene el trabajo de cocción donde los productos son sometidos a altas temperaturas durante un tiempo que va de 8 a 15 horas, dependiendo del material, y a una temperatura que puede oscilar entre 600 a 900 grados, pero si se trata de piezas esmaltadas como las utilitarias (cazuelas y otros), se llega a un temperatura de 1.200 grados.
Tras pasar por el horno la pieza está lista para venderla en forma natural o pintada con barniz o pintura satinada.
En el taller de María Andresa y Pedro trabajan varias personas que se dedican a ornamentar las piezas o a la pintura de los artículos terminados. Los productos terminados son muy apreciados por turistas nacionales y extranjeros, que llegan a la zona maravillados por la variedad de productos que se ofertan.