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El exministro y ex precandidato presidencial Santiago Peña culpó a la prensa de su derrota en los últimos comicios internos de la ANR, partido político al que se afilió para que el jefe del Poder Ejecutivo pudiera imponerlo como su reemplazante. En realidad, lo que el pueblo colorado hizo en buena medida fue juzgar la gestión gubernativa de su patrocinante, y dictar un fallo condenatorio a la luz de la grave situación general del país, tan bien descrita en la última homilía del obispo de Caacupé, Ricardo Valenzuela. Es decir, el gran perdedor fue Horacio Cartes, que ha sido incapaz de atenuar al menos la corrupción desaforada, la inseguridad reinante, la miseria educativa y sanitaria, el sometimiento de la Justicia o la agonía de la agricultura familiar, calamidad esta última que su propio delfín mencionó en la campaña electoral.
Como sus compatriotas de a pie, también los colorados que no están insertos en el aparato estatal sufren los efectos de la ineptitud, de la deshonestidad y de la indolencia de los que mandan. Ya no se puede engañar a todos con el famoso “ñamanda”, engatusarlos con discursitos demagógicos o sobornarlos con limosnas arrojadas en una campaña electoral. La ignorancia, la enfermedad y el hambre existente azotan por igual al colorado “pynandi”, de modo que el veredicto que nos ocupa resulta comprensible. El elector supuso que Horacio Cartes sería el poder detrás del trono, y que el gobierno de Peña mantendría los vicios del actual. Por tanto, quiso votar por el cambio.
La voluntad mayoritaria expresada en las urnas se impuso a la compra de votos de funcionarios y docentes con dinero público, así como a la grosera conversión de actos oficiales en mitines propagandísticos. En estas sucias maniobras intervino abierta o solapadamente el hoy quejoso, quien tampoco tuvo reparos en exhibirse con funcionarios aduaneros en extremo corruptos ni en elogiar al exsenador Óscar González Daher, antes y después de la difusión de los escandalosos audios. Los hechos referidos existieron: no fueron inventados por una prensa hostil. Ella se limitó a sacar a luz la podredumbre de las esferas del poder y a reproducir la opinión pública, sin que los involucrados pudieran desmentir las informaciones.
Peña cree que el resultado electoral fue influido por los audios en los que se escucha a su admirado amigo practicar un tráfico de influencias de lo más descarado. Critica que la prensa los habría dado a conocer en forma parcial, excluyendo a los que comprometían a políticos afines al senador Mario Abdo Benítez. Es decir, lo que le parece reprochable no es la reiterada conducta delictiva del luqueño de marras, que en la campaña electoral coaccionó abiertamente a tres funcionarios de la Dinac para que apoyen al protegido de Horacio Cartes, sino el supuesto hecho de haberse ocultado aviesamente otros audios que podrían haber perjudicado a su contrincante.
Si solo le irrita que no hayan salido a la luz los que revelarían la podredumbre de otros dirigentes colorados, cabe cuestionar seriamente su sentido de la moral en la vida pública. Es similar a la de quien se defiende de la acusación de haber delinquido con el argumento de que quien le acusa hizo lo mismo y que él debería ser exculpado.
Peña afirma que “fue un acto de cinismo de los periodistas que utilizaron esto para finalmente hacer ganar a quien ellos querían hacer ganar”. Hubo otros factores, como los antes mencionados, que habrán influido mucho más en su derrota, o sea, en la del Presidente de la República. Por cierto, el diputado Pedro Alliana, de su mismo bando, niega que los famosos audios hayan afectado al oficialismo y atribuye el fiasco a la presentación tardía de la candidatura. Como sea, resulta gratuito que suponga que se los difundió solo para favorecer al senador Abdo Benítez, y ofensivo que tilde de cínicos a los trabajadores de la prensa. Hubo un interés público de por medio que era el de ilustrar, una vez más, la corrupción espantosa que impera en los órganos estatales y, en particular, en el Ministerio Público y en el Poder Judicial, por obra y gracia de personajes de la calaña de González Daher, que violan sistemáticamente la ley y la moral para calmar su sed de poder político y económico.
En verdad, cínicos son aquellos que juraron respetar la Constitución y se burlan de ella todos los días, presionando a fiscales y jueces en favor de algún compinche, y quienes se presentan como promotores de la responsabilidad fiscal, pero inventan el pago de “subsidios familiares” para ganar la adhesión del funcionariado.
Peña sostiene también que fue sometido por la prensa a “una constante crítica, como ningún otro candidato”, circunstancia que habría influido en el electorado. Tiene razón, aunque ella no hizo más que canalizar la opinión pública, que fue la que determinó, en última instancia, el resultado de los comicios.
Por lo demás, le conviene tener en cuenta que todo hombre público está expuesto a la crítica, y que si fue censurado es porque no tuvo el valor de renunciar al descarado empleo del aparato estatal en una campaña electoral interna, de condenar conductas abominables de quienes lo secundaban, ni, sobre todo, de hacer esfuerzos para parecerse lo menos posible a los “escombros” del “nuevo rumbo”, repudiado el último 17 de diciembre por sus nuevos correligionarios.
En el futuro, luego de una reparadora autocrítica, haría bien en ocuparse de sí mismo para no adoptar los vicios de tantos colorados de la vieja escuela. Tiene un futuro político por delante, que no debería dañar asimilándose cada vez más a los sinvergüenzas de siempre. Está a tiempo de iniciar un “nuevo rumbo” personal, que le permita brindar mañana grandes servicios a sus compatriotas.
Por su parte, los periodistas seguirán cumpliendo con su obligación de dar cuenta de los asuntos que conciernen a la ciudadanía y de opinar sobre ellos con toda libertad, sin temor a despertar las iras de los que mandan.